Pensamiento crítico: una visión desde la filosofía

 

Critical thinkng: a philosophical view

 

José Antonio Mathurín

Universidad de Panamá, Panamá

josemathurin@gmail.com

https://orcid.org/0009-0007-4577-0446

 

 

DOI https://doi.org/10.48204/2805-1815.8480

INFORMACIÓN DEL ARTÍCULO

ABSTRACT/RESUMEN

Recibido el: 24/2/2025

Aceptado el: 21/8/2025

 

Keywords:

Argument, citizenship, critical thinking, democracy, reason

 

Palabras clave:

Argumento, ciudadanía, pensamiento crítico, democracia, razón

 

 

 

 

 

Abstract

The present article is a reflexive exercise, as well as a proposal, around nature, meaning, aims, value, and perspectives of critical thinking; the purely conceptual dimension of expression is distinguished its semantic scope, as well as that of practical normative nature, and its applicability. This reflection appears structured in five thematic axes articulated around a basic premise, namely: critical thinking is essentially philosophical thought. These thematic axes are expressed as follows: (i) Critical thinking: historical / cultural referential contexts. (ii) What is critical thinking: conceptual framework and conceptual precisions. (iii) The development of critical thinking: self-critical attitude and capabilities logical/argumentative, (iv) The levels of applicability of critical thinking. (v) Critical thinking, democracy, citizenship, and political order. Each of these components can be considered as an autonomous unit and independent, without losing its organic articulation with the rest.

Resumen

El presente ensayo es un ejercicio reflexivo, a la vez, una propuesta en torno a la naturaleza, sentido, fines, valor y perspectivas del pensamiento crítico. Se distingue la dimensión puramente conceptual de la expresión, es decir, su ámbito semántico, así como la de carácter práctico normativo y de aplicabilidad. Esta reflexión aparece estructurada en cinco ejes temáticos relacionados a una premisa básica: el pensamiento crítico es, en esencia, pensamiento filosófico.  Estos ejes se expresan así: (i) El pensamiento crítico: contextos referenciales históricos/culturales; (ii) qué es (y no es) el pensamiento crítico: marco y precisiones conceptuales; (iii) el desarrollo del pensamiento crítico: la actitud autocrítica y las capacidades lógico/argumentativas; (iv) los niveles de aplicabilidad del pensamiento crítico; y (v) pensamiento crítico: La democracia, ciudadanía y el orden político. Cada componente puede considerarse autónoma e independiente, sin perder su articulación orgánica con el resto.

 

Introducción

El intento de ensayar una reflexión en torno al pensamiento crítico desde la una perspectiva filosófica no debe resultar contradictorio, toda vez que se parte de la premisa de que el pensamiento crítico ha de entenderse, fundamentalmente, como pensamiento filosófico. Ergo la filosofía es en esencia un enfoque crítico acerca de la realidad fenoménica; la filosofía, por antonomasia, es una labor crítica1: de ello da fe la propia historicidad de la filosofía.

Si admitimos esta premisa, consecuentemente reconocemos que el pensamiento crítico tiene por lo menos 2500 años de antigüedad2. Aparece en la cultura occidental3 como producto de un largo, lento y tortuoso proceso resultante de la contraposición entre la visión racional del mundo y la permanente pugna con los poderes institucionales y tradicionales  alimentados por el dogmatismo y el fundamentalismo.                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                                   

Un ejemplo clásico de esa pugna lo encontramos en el sorprendente caso de los griegos, a quienes debemos los orígenes de la crítica, momento clave en la transición del sentido común a la ciencia, y de la necesaria distinción entre un saber carente de fundamento (acrítico) y el saber con fundamento racional (critico).

Este abordaje de la realidad y el mundo, que llamamos “pensamiento crítico”, se presenta reiteradamente a lo largo de la historia de la humanidad, pero siempre en permanente confrontación con los poderes instituidos (políticos, ideológicos, mercantiles, religiosos, etc.).

Qué es el pensamiento crítico

“Pensamiento crítico” resulta en extremo multívoco y polivalente, y –en algunos casos– vago y hasta arbitrario. Esto hace imprescindible un análisis conceptual para esclarecer el significado de este constructo.

En primer lugar, se debe revisar y distinguir dos tipos de pensamiento crítico, el que alude a una determinada forma o estilo de abordaje del mundo, la naturaleza y la sociedad; y el referido, por una parte, a una especial actitud o predisposición subjetiva y, por otra, al ámbito de aplicabilidad de operaciones y desarrollo de capacidades lógico/argumentativas. En segundo lugar, se impone el examen de la distinción entre pensar y pensar críticamente. Al respecto, conviene recordar que no siempre, ni en todas las circunstancias, el ejercicio de la facultad de pensar puede ser calificado como pensar crítico, ya que este se caracteriza por trascender y ubicarse fuera de los esquemas   predeterminados, lo que origina una ruptura con la que se alcanza la autonomía y la libertad de acción.                                                                                                                                           

Se propone, de manera provisional, adecuada a la reflexión propuesta, esta acepción de pensamiento crítico: ejercicio pleno de la facultad racional a partir de un proceso de ruptura con los esquemas dados, lo cual da como resultado la producción de nuevos conceptos los cuales han de ser sometidos reiteradamente al mismo procedimiento4.

Ahora bien, más que definir, pareciera mucho más fructífero para propósitos académicos y formativos, consensuar qué no es pensamiento crítico. En este sentido, queda claro que el pensamiento crítico no es una ideología, tampoco es una técnica argumentativa, aun cuando la adquisición y el desarrollo de estas capacidades resultan fundamentales. No es una filosofía, pues no está comprometida con determinada ontología ni metafísica específica. Tampoco es producto de una postura pseudointelectual o academicista. En última instancia “pensar críticamente” es más una “actitud” que una   aptitud; es una predisposición, un estilo de vida. Así, se puede afirmar que pensamiento crítico se contrapone a pensamiento único, pensamiento unilateral, pensamiento dogmático, pensamiento fundamentalista.

Pensamiento crítico: contextos referenciales

La reconstrucción racional del recorrido histórico-cultural que posibilita ubicar los hitos trascendentales para comprender el proceso evolutivo del pensamiento crítico se descubre como tarea ineludible, aunque en extremo compleja. Esta reconstrucción encuentra su momento fundacional en el paradigmático caso de los griegos al referirnos al proceso que describe el paso del mito a la razón (logos), también al momento presocrático y la distinción doxa/episteme.

El concepto pensamiento crítico reaparece en la temprana Época Moderna con el nuevo racionalismo y la ciencia moderna, con las egregias figuras de Francis Bacon5, Galileo Galilei, Isaac Newton y, principalmente, Rene Descartes6, considerado el “Padre del racionalismo moderno”.

Se trata del señorío de la razón, fortalecida por el valor del testimonio experimental. Esta cultura racional, esta nueva modernidad, se manifiesta como ruptura y, posteriormente, como proyecto. Como ruptura, expresa la rebelión contra el dogmatismo imperante encarnado en el poder ideológico de la Iglesia, el aristotelismo y el escolasticismo: nace la ciencia experimental como clara ruptura ante la concepción clásica de ciencia entendida, cuya visión del mundo que, aunque racional, se mantiene claramente en el plano especulativo. Asistimos así, al proceso inicial de la reivindicación de la razón frente a la fe, de la ciencia experimental frente a la Teología y del nuevo criterio de autoridad: el dictamen de la razón y la experiencia frente al dogmatismo encarnado en el aristotelismo y los textos sagrados.

Como proyecto, la nueva modernidad hace alusión al proyecto ilustrado: la razón científica como garantía de emancipación del hombre.  Expresión, por antonomasia, cuyo espíritu ilustrado es Immanuel Kant, quien propugna por la necesidad de superar el pensamiento dogmático y asumir la filosofía crítica.8 Posteriormente, Karl Marx sistematizaría una crítica de la economía política, la filosofía y la religión.

Ya en el siglo XX, y lo que transcurre del presente, el movimiento neopragmatista propugna por el abandono de las “filosofías de la conciencia”9; y Popper (1974) propone entonces el racionalismo crítico en el contexto de una epistemología sin sujeto cognoscente.

Desde la Teoría Social, la Escuela de Frankfurt da fundamento a una nueva reflexión acerca del orden social: la Teoría Crítica de la Sociedad10.

Conviene recordar el mandato kantiano sobre asumir una actitud crítica frente a los tutores y los poderes instituidos: “ten el valor de servirte de tu propia razón sapere aude (Kant, 1993)11. Desde la década de 1920, un grupo de intelectuales se reunía periódicamente en lo que posteriormente se conocería como el Instituto de Investigación Social de Frankfurt. De estas reuniones, y a partir de la exigencia de una relectura del marxismo, se consolida una crítica a la instrumentalización de la razón ejercida por la Modernidad; sin embargo, no será sino hasta la década de 1940 cuando hace su aparición la Teoría Critica de la Sociedad. Esta corriente se designó en adelante como la Escuela de Frankfort; y entre sus pensadores más connotados y, explícitamente, considerados como frankfurtianos se citan a: Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse y Jürgen Habermas.

El desarrollo del pensamiento crítico

La actitud (auto)crítica y las competencias lógico/argumentativas  

Propiciar la promoción del pensamiento crítico exige identificar y examinar las condiciones de posibilidad, tanto de naturaleza subjetiva como objetiva, del cultivo de este. En este sentido, referirse al valor del desarrollo del pensamiento crítico, implica promover un contexto cultural favorable para su construcción y adquisición; es decir, entender procesos de aprender a desaprender que posibiliten la reestructuración de nuestros esquemas conceptuales, culturales, metodológicos, actitudinales, ideológicos y axiológicos, en función de los cuales nos orientamos en el mundo. Esto implica la capacidad autocrítica como condición sine qua non para el desarrollo del pensamiento crítico.

Se trata de enfrentarnos al compromiso moral de desmontar, siempre y en cualquier circunstancia, toda forma de discurso falaz, sesgos y hábitos mentales, pero particularmente cultivar la capacidad autocrítica. Solo a partir de esto, se adquieren y desarrollan los procesos de adquisición de competencias lógico/argumentativas; toda vez que las personas permanentemente se enfrentan a dilemas que exigen tomar decisiones, algunas de carácter personal, otras de índole colectivo.                                                                                                                                              

El proceso de toma de decisiones implica una estructura racional en la que las emociones desempeñan, en ese proceso, un importante papel; entonces, se trata de aprender a conjugar ambas estructuras.  Pensar lógicamente, en contextos de decisión, significa pensar de manera eficaz, lo cual supone obtener lo que nos hemos propuesto en el momento cuando lo planeamos; pero también implica, pensar de manera eficiente, es decir, que nuestra reflexión nos guíe al mejor aprovechamiento de los recursos disponibles (materiales, económicos, cognitivos, sociales, humanos, etc.) a fin de alcanzar el objetivo propuesto. Por otra parte, una decisión eficiente es aquella que no genera más problemas de los que resuelve. Se impone así, la necesidad de buscar un equilibrio entre eficiencia y eficacia.

El concepto de racionalidad debe incorporar pues, una connotación de racionalidad ética que posibilite la toma de decisiones que, además de eficaz y eficiente, sea ética, esto es que traiga el mayor beneficio a los involucrados, evite generar daño, y si fuera inevitable, el menos posible.

La racionalidad de la decisión no radica en la decisión tomada, sino en el proceso lógico de análisis que llevó a esta.

La decisión solución a nuestro problema no es, en muchas ocasiones, lo más difícil, sino la voluntad para realizarla. En ese caso, la realización de la decisión se convierte en el problema, más que la toma de la decisión en sí.                                                                                                                                            

Aun cuando la lógica no se vincule directamente con nuestras emociones, en cierto sentido tampoco está desligada, dado que tomar una decisión emocionalmente adecuada puede suponer un buen razonamiento que la respalde.   

La ayuda que provee la lógica no se limita al ámbito personal, pues, por la presencia de otras personas con las que convivimos y nos relacionamos, requerimos justificar nuestras acciones, basarlas en razones objetivas y compartibles por todos, ya que necesitamos acuerdos que nos permitan alcanzar una vida armónica y justa.

Así pues, la adquisición y desarrollo de competencias lógico/ argumentativas nos capacitan para reconocer argumentos; valorarlos como válidos o inválidos; distinguir entre premisas y conclusión;   construir argumentos de cara a la defensa de un punto de vista;  reconocer argumentos falaces, y dominar técnicas para desmontar dichos argumentos falaces12, identificar las diversas formas de razonamiento lógico para aplicarlas en procesos de redacción y comunicación oral; argumentar en favor de posiciones teóricas propias de cara a su aceptación por los demás; y sobre todo hacerles frente a las trampas del lenguaje demagógico y sofistico.

 

Niveles de aplicabilidad

Este aspecto apunta tanto al examen crítico de los diversos campos disciplinarios como al nivel de aplicabilidad del pensar crítico, fundamentalmente en torno al orden político/social, y cultural, por una parte, así como a la dimensión de la propia vida personal por otra (Marinoff, 2000; Ruiz, 2018).

Si existe un ámbito entre las disciplinas con pretensiones de cientificidad, en el cual la ausencia del pensamiento crítico se manifiesta de manera clara y evidente, lo podemos ubicar e identificar, sin duda alguna, en ciertas corrientes, escuelas y prácticas, a lo interno de las llamadas ciencias sociales, caracterizadas por el papel cuasi determinante que desempeña el factor ideológico en el desarrollo de sus marcos heurísticos.

Hablemos entonces del pensamiento crítico en el ámbito de las ciencias sociales y las humanidades como lo son el análisis crítico de la economía, de la sociología, de la politología, de la antropología, de las ciencias jurídicas, y demás áreas de conocimiento (Bunge, 1999). Igualmente, en campos como la educación, el arte y la religión.         

El pensamiento crítico:  democracia, ciudadanía y el orden político

Como colofón del presente escrito, conviene referirse al tema de la relación entre pensamiento crítico tal como lo hemos tratado aquí–, la democracia y el orden político, entendidos estos como el ámbito y la forma de convivencia entre las personas.

Es fácil advertir que, en nuestro medio, tanto la democracia como la política se han desnaturalizado, han desvirtuado su sentido, naturaleza y razón de ser. En consecuencia, la democracia y la política se han constituido en rehenes de los más oscuros intereses mercantiles; a la par, sufren la grave patología de la lumpenización, lo que divide a la democracia, en deformaciones manifestadas en sus dos expresiones: la demagogia y el democratismo. La política, por su parte, ha sido vaciada de su contenido ético/moral, se ha desencajado de su original sentido y finalidad: propiciar el bien común.

Sin duda alguna, el más noble invento humano es la política, no la ciencia ni la práctica, sino esa forma específica de convivencia entre los seres humanos que expresa la constatación del triunfo de la razón sobre la barbarie, la concreción del hombre en sí y para sí, el ámbito de conciliación entre naturaleza y libertad a la manera en que la pensó el filósofo ilustrado por excelencia: Immanuel Kant.

No obstante, sin ciudadanos que piensen críticamente, la democracia y la política resultarían vacías, estériles, disfuncionales e ineficaces. Por ende, el ejercicio de la ciudadanía es impensable sin el pensamiento crítico; este es impensable en regímenes caracterizados por la ausencia del Estado de derecho y una cultura de respeto a los derechos humanos, el desprecio a la dignidad de la persona humana, y una ética que atenta contra el principio kantiano de no tratar nunca a la persona como medio, sino siempre como fin. (Kant, 1974)

La lucha por el control de las conciencias mediante técnicas heterogéneas estructuradas como redes de poder, a las que Foucault (1993) denominó “tecnologías del poder” (citado por Ayestarán Uriz, 1996), buscan manipular y determinar la conducta de los individuos sometiéndolos a ciertos tipos de fines, siempre en detrimento de sí mismo mediante el uso de medios de comunicación masiva, de sistemas educativos alienantes, y del comercio con la necesidad espiritual de las personas.  Todo esto aunado a la mercantilización y lumpenización de la política, a la promoción y tolerancia de la seudociencia y del fanatismo religioso que atentan permanentemente de manera intencional– contra el desarrollo del pensamiento crítico (Dawkins, 2017). De ahí el compromiso de instituciones como la Universidad de Panamá de consagrar y promover el cultivo del pensamiento crítico en sus normas, estatutos, reglamentos y discursos, además de combatir y rechazar, constante y permanentemente, todo lo que, continuada y sistemáticamente, atenta contra esa misión.

Un camino para alcanzar esa misión es priorizar, como un imperativo ético/moral la educación infantil, ya que aprender a pensar críticamente desde pequeño propicia la práctica de someter a análisis las propias ideas, creencias, deseos, presuposiciones.

Los niños deben aprender a pensar de manera independiente, a identificar y evaluar argumentos, y a distinguir entre hechos y opiniones. Y la filosofía resulta un instrumento efectivo en este propósito.13 Lo siguiente sería un sistema educativo enfocado en ensenarles a niños, jóvenes y adultos, a plantear(se) preguntas adecuadas, exigir respuestas, y saber cribarlas a la luz del pensamiento crítico.

La democracia, como el menos malo de los sistemas políticos, requiere permanentemente someterse a procesos de asimilación y acomodación14 a fin de asegurar su funcionabilidad vigencia y legitimidad. Para garantizar esto, es imprescindible un contexto cultural favorable que fomente el pensamiento crítico. Este proceso debe iniciar desde las primeras etapas de la vida del individuo.

Lo anterior requeriría, por supuesto, una revolución en el ámbito de la escuela, un el cambio del viejo paradigma a otro fundado en tres pilares:  la enseñanza práctica de las ciencias y el razonamiento lógico; la exclusión total de la religión (por su nefasto y pernicioso efecto enajenante en la mente de los niños y jóvenes); y el enfoque, no tanto de qué pensar, sino de cómo pensar. Solo así nos constituiríamos en adultos libres de dogmas, de fanatismos y fundamentalismos (religiosos, ideológicos); con capacidad para evaluar, cuestionar, ponderar de manera crítica, racional y autónoma, en todo contexto y circunstancias. Y, en consecuencia, las acciones de nuestros gobernantes, serían garantes y defensoras de una sociedad auténticamente democrática.

Conclusión

Democracia y pensamiento crítico son dos caras de la misma moneda. Sin un pensamiento crítico robusto, la democracia se debilita, se vuelve susceptible a las manipulaciones y pierde su capacidad de servir como un verdadero reflejo de la voluntad popular. Por ello, su promoción debe ser una prioridad para todas las instituciones educativas y culturales, y así coadyuvar a mantener vigente una sociedad libre, justa y equitativa.

 

Notas

1 El término “critica” en su sentido etimológico del griego krises: separación, escisión; por extensión elección, resolución, desenlace. El verbo correspondiente krinein alude a discernir, separar, escoger, decidir.  Para los fines de este ensayo, entenderemos critico en el sentido de ruptura; y por extensión, ruptura con lo dado.

2Sin desmeritar la rica tradición de la sabiduría oriental, privilegiamos la concepción según la cual el pensamiento filosófico propiamente dicho surge como una actividad explícitamente preocupada por establecer sistemas conceptuales, fundados lógicamente, y con pretensiones de verdades razonadas y aceptables precisamente en virtud de la lógica interna de sus propios enunciados. En consecuencia, la razón, es decir el ejercicio de la razón, vendría a constituirse, tanto en el ámbito como, en el método del pensar filosófico, complementado esto con las exigencias de un lenguaje objetivo, divorciado de emotividades psicológicas y/o de la sensibilidad religiosa.

3 La expresión filosofía occidental resultaría tautológica toda vez que “la Filosofía es, en esencia, griega...la Filosofía ha recurrido, en primer lugar, a lo griego –y sólo a ello– para desarrollarse” (Heidegger, 1956/1978).

4 Esta acepción provisional implica por supuesto, el examen de una Teoría de la Racionalidad, pero esta tarea excede los objetivos de este ensayo. En términos generales se entiende la racionalidad como el ejercicio de la capacidad llamada razón. En función de esta capacidad, le es permitido a quien la ejerce (el agente racional) tomar decisiones y llevar a cabo acciones para manejarse con su realidad, bregar con sus condiciones, emociones, y circunstancias, es decir, sobrevivir. Esta capacidad está, a su vez,   compuesta de otras capacidades básicas tales como: tener representaciones del mundo;  hacer conexiones entre representaciones; tener creencias; proponerse fines que alcanzar; conectar unas creencias con otras; elegir en ciertas circunstancias entre cursos de acción; asociar representaciones con términos lingüísticos; aprender y usar un lenguaje proposicional; expresar creencias por medios de proposiciones; conectar algunas proposiciones con otras y hacer inferencias; comunicarse con otros agentes racionales; dialogar, dar y recibir razones con otros agentes racionales; construir modelos para proponer guías de acción; elegir en ciertas circunstancias entre modelos; tener por valiosos ciertos objetos y estados de cosas en el mundo; evaluar, en ciertas circunstancias, determinadas creencias; justificar inferencias, creencias, y cursos de acción; evaluar en ciertas circunstancias los fines propuestos, sus intereses, principios,  y valores con el fin de mantenerlos, modificarlos, o cambiarlos. Véase Olive (2011).

5Junto con Galileo Galilei, Francis Bacon es considerado uno los gestores de la ciencia moderna. Véase O’Connor (1985). Su aporte al desarrollo de la nueva racionalidad es inestimable.  Considera que el camino de la inducción es el método correcto, no obstante la correcta utilización del mismo exige, como condición previa,  superar,  la inclinación natural hacia el error; por eso, antes de enseñar y aplicar dicho método, hay que superar los prejuicios que dominan la mente humana; estos prejuicios,  a los cuales Bacon denomina ídolos,  se presentan como nociones o ideas falsas  que se apoderan de la mente y tienden siempre a reaparecer, estas pueden ser  innatas o adquirida y son categorizadas por Bacon de la siguiente manera:

Ídolos de la tribu: Son comunes a todos los seres humanos; se fundamentan en la naturaleza humana.   Aluden a la tendencia a suponer un orden en la naturaleza diferente al que realmente existe. ejem. asignar a los astros orbitas circulares perfectas; la tendencia a generalizar las opiniones; tendencia a conferir fines y metas a los fenómenos naturales.

Ídolos de la caverna:  Son propios de cada individuo, el cual es como una caverna en la cual se deforma la luz de la naturaleza; provienen del temperamento, la educación, la lectura, las experiencias particulares, las costumbres, la influencia de la autoridad de las personas que admiramos, la cultura, etc.

Ídolos del foro:(la plaza pública): Proceden de la relación social entre los hombres, y radican en la fuerza de las palabras que trasmiten nociones fantásticas y perturban las mentes. A juicio de Bacon son los ídolos más peligrosos toda vez que las palabras aparecen como sustitutos de la realidad; los hombres se ven lanzados por las palabras a innumerables disputas. La mayor parte de las controversias versan sobre palabras y no sobre la realidad de las cosas.

Ídolos del teatro: Proceden de los sistemas filosóficos anteriores; de sus métodos y lógicas, todos los cuales son como “mundos ficticios y teatrales” Ejemplo. los principios y axiomas de las ciencias que siguen prevaleciendo gracias a la tradición, la credulidad, la negligencia, y las malas reglas de la demostración. Por eso, el método propuesto por Bacon pretende luchar contra un poderoso enemigo que está en la misma mente: el ídolo de la lógica vulgar, y de la lógica aristotélica.

6 El gran aporte de Descartes al desarrollo de la ciencia moderna, y en esto prima cierto consenso, lo constituye el valor de la duda metódica, expresión paradigmática de la rebelión contra la dominante visión clásica asentada en el escolasticismo, el aristotelismo, y el dictamen de las doctrinas de religiosas.

7 La aparición de la ciencia moderna sólo puede ser comprendida si se abordar como un componte y expresión de la Modernidad, entendida, esta, como un complejo proceso socio/cultural que se manifiesta, por una parte, como ruptura, y por otra como proyecto.  En efecto, se trata de una ruptura en todo sentido, y con manifestaciones culturales amplia y diversa, cuyos efectos se dejan sentir en un ancho espectro de la dinámica y estructura de la sociedad.

8 Es justo reconocer aquí la labor titánica, enmarcada en aquella lucha encarnizada contra el poder político/teológico, llevada a cabo por científicos y filósofos durante el período conocido como Renacimiento. Resaltan en este sentido Nicolás Copérnico, Johannes Kepler, Giordano Bruno (quemado en la hoguera por orden del poder eclesiástico).

9 Conviene aquí recordar el mandato kantiano de asumir la actitud crítica frente a los tutores y los poderes instituidos: “ten el valor de servirte de tu propia razón” “sapere aude”. (Kant, 1993) Los tutores de los que habla Kant son aquellas personas, instituciones sociales, educacionales, políticas, religiosas que nos dicen que es mejor hacer lo que ellos nos advierten. Estos tutores tienen a su disposición una serie de recursos y estrategias para evitar que estemos en capacidad de activar nuestro mecanismo de pensamiento crítico.  Nos insuflan el miedo de las consecuencias que puede acarrearnos el tener autonomía de pensamiento. Usan mecanismo de control mediante los cuales imponen su autoridad de manera sutil bajo el papel de protectores de la humanidad, y aprovechan estas circunstancias para inculcar a sus víctimas el germen del miedo.

10 La filosofía de la conciencia fue inaugurada por R. Descartes a partir del descubrimiento del cogito ergo sum.

11 Desde la década de los 20 del siglo XX un grupo de intelectuales se reunían periódicamente en lo que posteriormente se conoce como el Instituto de investigación social de Frankfurt. Producto de estas reuniones y a partir de la exigencia de una relectura del marxismo, se consolida una crítica a la instrumentalización de la razón ejercida por la Modernidad; no obstante, no será sino hasta  la década de los cuarenta del siglo XX cuando hace su aparición la teoría critica de la sociedad la cual se distinguió en adelante como la Escuela de Frankfort, entre cuyos autores más connotados y, explícitamente, considerados como frankfurtianos se citan a: Max Horkheimer, Theodor W. Adorno, Herbert Marcuse y  Jürgen Habermas.

12 La Lógica clásica distingue dos categorías de razonamientos falaces, a saber: aquellos cuya estructura presenta una ausencia de atinencia lógica de su(s) premisa(s) con respecto a su conclusión; son las llamadas falacias inatingentes; y aquellos estructurados en un lenguaje ambiguo, oscuro o vago, son llamadas falacias de ambigüedad.

Entre las falacias clásicas del primer tipo distinguimos: el argumentum ad baculum, (apelación a la fuerza); argumentum ad hominem (contra el hombre); argumentum ad ignoratiaam (afirmar la verdad de una tesis sobre la base de la no demostración de su falsedad); argumentum ad miserircordiam (recurso a la piedad);  argumentum ad populum (llamado  emocional  a la multitud); argumentum ad verecundiam (apelación al sentimiento de respeto por personas famosas y/o de gran prestigio y autoridad);   accidente ( aplicar una regla general a un caso particular cuyas circunstancias hacen inaplicable la misma; o bien, derivar una regla general  partir de un caso o pocos casos particulares).

Ejemplos del segundo tipo identificamos: el equívoco; la anfibología; división y composición; etc. Entre otros ejemplos de argumentos falaces tenemos:  la causa falsa, la petición de principio, el hombre de paja, la pregunta compleja, la falacia booleana, la falacia democrática; la falacia genética.  Para una ampliación de este tema, remitimos al lector a (Copi, 1985; Warburton, 2005; Gómez, 2010,                                                                                                                                                  Novella et al., 2020).

13 Desde las últimas décadas del siglo XX, se viene promoviendo, en diversos países de Europa y Norteamérica una propuesta educativa conocida como filosofía para niños.

14   Piaget introduce las nociones de asimilación y acomodación para dar cuenta de los dos aspectos del desarrollo intelectual el cual es presentado como un proceso de adaptación que prolonga la adaptación biológica. Aquí lo utilizamos en sentido metafórico asumiendo, metodológicamente, la democracia como un organismo (sistema) vivo.

Referencias bibliográficas

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