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Fundamentos del conservadurismo scrutoniano
Foundations of scrutonian conservatism
Joshua Isaac Ramírez Donner Universidad Pontificia Bolivariana, Colombia https://orcid.org/0000-0003-0610-8867
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INFORMACIÓN DEL ARTÍCULO |
ABSTRACT/RESUMEN |
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Recibido el: 16/3/2025 Aceptado el: 27/8/2025
Keywords: Civilization, conservatism, culture, Western, sacred
Palabras clave: Civilización, conservadurismo, cultura, Occidente, sagrado
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Abstract: This essay examines the foundations of Scrutonian conservatism, focusing on the sacredness of Western culture, which keeps its value, even without being considered a divine gift. Unlike theologically based conservatism, Scruton emphasizes secular order while acknowledging the influence of religious origins. Scruton’s concept of the sacred incorporates love as a guiding principle that connects humanity through shared familial bonds, particularly within the Western context. This analysis presents Scrutonian conservatism as an attempt to offer a metaphysical framework grounded in cultural and historical content, serving as a foundation for identity, delving into his roots, his concept of the sacred, and his criteria for truth. Resumen: El presente ensayo analiza los fundamentos del conservadurismo de Roger Scruton, centrado en la sacralidad de la cultura occidental, que mantiene su valor, aunque ya no se considere un don divino. A diferencia de los conservadurismos con bases teológicas, Scruton enfatiza el orden secular, reconociendo la influencia de los orígenes religiosos. La concepción de lo sagrado también incluye el amor como principio rector, que conecta a la humanidad a través de vínculos familiares compartidos, especialmente en Occidente. Este análisis ofrece una perspectiva del conservadurismo scrutoniano como su intento de ofrecer un marco metafísico basado en contenidos culturales e históricos que sirve como base para la identidad, pasando por sus raíces, el concepto de lo sagrado y el criterio de verdad. |
Introducción
El conservadurismo como ideología política está inmerso en una paradoja. Por un lado, la propia etiqueta de ideología resulta problemática, pues los conservadores, al enfatizar la practicidad de su pensamiento, consideran que esta implica una abstracción y tergiversación de la realidad. Por otro lado, esta misma actitud encasilla al conservador en una doctrina dictada por la conveniencia, carente de principios morales o políticos fijos y fácilmente manipulable por quienes mejor favorezcan su permanencia en el poder.
La conveniencia de identificarse con el conservadurismo genera disputas entre los propios conservadores, quienes emiten críticas como la del comentarista Ben Shapiro, quien afirma: “Trump y su gobierno no son conservadores, son pragmáticos” (Shapiro, 2016). Sin embargo, esas mismas figuras defienden su voto por él y respaldan sus decisiones, reiniciando así la paradoja mencionada. El fenómeno Trump, junto con el auge de otras formas de populismo de derecha que se cobijan bajo el conservadurismo, plantea una interrogante sobre la solidez de sus fundamentos como filosofía o ideología política.
A esto se suma la distancia que los conservadores han tomado respecto de los fundamentos basados en el naturalismo filosófico para justificar sus posturas ante una “naturaleza” en constante cambio, así como la ausencia de principios teológicos o de referencia a lo divino. El propio Michael Oakeshott, en su célebre ensayo On Being Conservative (1956), descartó ambos elementos como requisitos para ser conservador. Lo mismo han hecho figuras influyentes de esta corriente en el contexto latinoamericano, como Agustín Laje y Nicolás Márquez. La necesidad de ampararse en la tradición, el rechazo de la ideología, la constante adaptación a la conveniencia y la ruptura con argumentos históricamente defendidos plantean la cuestión de cuáles son, en última instancia, los fundamentos del conservadurismo.
Teniendo esto en cuenta, el filósofo conservador Roger Scruton, a menudo descartado como reaccionario o reducido a un mero recopilador del pensamiento conservador, ofrece una perspectiva matizada sobre sus fundamentos desde una óptica secular que, sin embargo, no excluye argumentos metafísicos, pues busca esclarecer la naturaleza del ser político desde el conservadurismo. Esta perspectiva merece mayor atención, no solo como una voz más dentro de esta corriente, sino como una defensa particular de sus principios, basada en un reconocimiento secular de lo sagrado. Es decir, una síntesis entre la preservación de lo empíricamente beneficiario y la necesidad de idealizar y sacralizar aspectos de nuestra cultura e historia.
Raíces en Burke y Hegel
El conservadurismo de Scruton encuentra sus bases filosóficas en su interpretación del pensamiento de Edmund Burke y Friedrich Hegel. Scruton reconoce una deuda intelectual con Burke debido a sus experiencias en Europa del Este y a las protestas de 1968 en Francia. Temía que tanto los países de Europa continental como Gran Bretaña avanzarían hacia un consenso que no solo era político y económico, sino también cultural, y que pronto sometería a Occidente a doctrinas socialistas y liberales radicales. Fue durante este período de despertar intelectual cuando Scruton encontró una profunda influencia en las obras de Edmund Burke.
Edmund Burke argumentó en contra de la política ‘geométrica’, como la llamaba él, de los revolucionarios franceses, una política que proponía un objetivo racional y un procedimiento colectivo para alcanzarlo, y que movilizaba a toda la sociedad detrás del programa resultante. Burke veía la sociedad como una asociación de los muertos, los vivos y los no nacidos. Su principio vinculante no es el contrato, sino algo más parecido al amor. La sociedad es una herencia compartida por cuya causa aprendemos a circunscribir nuestras demandas, a ver nuestro propio lugar en las cosas como parte de una cadena continua de dar y recibir, y reconocer que las cosas buenas que heredamos no son nuestras para malgastarlas (Scruton, 2014, p. 27).
A lo largo de su obra, Scruton toma tres argumentos clave de Burke que sustentan su conservadurismo. En primer lugar, Burke defiende la importancia de la autoridad y la obediencia como aspectos fundamentales para el orden político (Scruton, 2017). De acuerdo con Scruton, Burke sostiene que la sociedad no se mantiene unida por derechos abstractos, como creían los revolucionarios franceses, sino por la autoridad que legitima el derecho a la obediencia, una virtud fundamental que permite que los individuos sean gobernados (Burke, 1790/1987). En ausencia de tal autoridad, las sociedades corren el riesgo de fragmentarse en una colección caótica de individuos aislados.
En segundo lugar, Burke defiende el valor de la tradición, el prejuicio y la costumbre frente a los planes de reforma inspirados en la Ilustración (Scruton, 2017). La tradición, para él, no es una reliquia estática, sino un proceso dinámico que adapta continuamente el pasado al presente y el presente al pasado. Scruton enfatiza que esta visión rescata el estudio de la historia de la mera abstracción académica y reafirma la importancia de la continuidad cultural, particularmente a través del arte, la literatura y la filosofía. El respeto por la costumbre, sugiere Burke, es una virtud, no un signo de complacencia, como creían muchos de sus contemporáneos.
En tercer lugar, Burke (1790/1987) critica la teoría del contrato social, particularmente el contrato defendido por Rousseau. Si bien la sociedad puede entenderse como un contrato, Burke argumenta que también es un fideicomiso entre los vivos, los muertos y los no nacidos. El rechazo de los revolucionarios a los derechos ancestrales no solo malgastó los recursos heredados, sino que también desheredó a las futuras generaciones (Scruton, 2017). La visión de Burke sobre la sociedad no está, por lo tanto, enraizada en un contrato, sino en la responsabilidad y el deber que los vivos tienen de mejorar y preservar la herencia que han recibido y que deberán transmitir intacta a generaciones del futuro.
A través de Burke, Scruton (1980, 2007, 2014, 2017) apela a la autoridad, la tradición y la reformulación del contrato social para preservar la costumbre, las instituciones sociales y las relaciones humanas de carne y hueso, ya forjadas por lazos de confianza y responsabilidad que desvelan una convivencia empíricamente defendible. Pero es a través de su interpretación de Hegel que Scruton sienta las bases para un argumento metafísico en favor del conservadurismo. Scruton se inspira en Hegel para defender el sentido de pertenencia, el cual dota de protección a valores como la libertad y la igualdad. Para Scruton, al igual que para Hegel (1820/1991), la realidad no es simplemente la suma de objetos aislados o hechos individuales, sino un proceso interconectado y autoorganizado. En el caso de Hegel, la realidad no se restringe a la mente del sujeto individual, sino que es un proceso objetivo, universal y social. En este contexto, el idealismo de Hegel está profundamente ligado a la historia y a la cultura, donde la razón se presenta como un proceso autodeterminante.
Para Scruton, la libertad se alinea estrechamente con la definición de Hegel, en contraste con la de Immanuel Kant. Es la realización de la autodeterminación, en la que los individuos no solo toman decisiones personales, sino que también descubren su verdadera voluntad y racionalidad dentro de las instituciones sociales y la vida ética de un Estado racional, armonizando así la autonomía personal con los principios universales. La libertad es más que la ausencia de restricciones externas al movimiento; para ser verdaderamente libres, es necesario estar en armonía con el entorno social, histórico y ético propio (Scruton, 1980). Esta comprensión presenta una afirmación metafísica sobre la naturaleza de la libertad como un concepto fundamental que sustenta la estructura del mundo social, moldeando las relaciones sociales, la existencia humana y la agencia individual. En esencia, se trata de estar en relación con objetos o entidades que son significativos para el carácter.
No obstante, para Hegel, la fuerza motriz de la historia radica en la actualización progresiva de ambas formas de libertad. Scruton, especialmente en sus escritos más recientes, comparte esta visión, considerando que la libertad es fundamental para una coordinación social efectiva. La verdadera libertad no se alcanza aislándose del mundo, sino participando en un orden social que refleje los valores éticos más profundos y el potencial humano de cada individuo (Scruton, 1980). En este sentido, la libertad se realiza dentro del contexto de relaciones comunitarias y valores compartidos. Como sugiere Scruton, uno debe pertenecer para ser, es decir, sentirse en casa consigo mismo a través de sus conexiones con los demás.
Este aspecto dual de la libertad está estrechamente vinculado con el concepto de alienación de Hegel, una noción que Scruton reconoció como profundamente significativa, particularmente en lo que respecta a la alienación subjetiva. Esta alienación subjetiva surge cuando los individuos no logran sentirse en casa en el mundo que habitan, incluso cuando los arreglos sociales, en teoría, respaldan su autorrealización. (Hegel, 1820/1991) Para superar esta alienación, Hegel sostiene que los individuos deben reconocer que, aunque el mundo que los rodea pueda parecer extraño o incluso opresivo, en realidad ofrece las condiciones necesarias para su libertad y florecimiento. Cuando las personas comprenden que el mundo social e histórico está estructurado para facilitar su desarrollo, comienzan a sentirse en casa dentro de él, y su sentido de alienación se disuelve. Para Hegel, este proceso de reconciliación es esencial para superar la alienación subjetiva, y es precisamente lo que Scruton identifica como la fuente que le otorga sentido a la sociedad secular: un sentido de “retorno a casa”, es decir, un sentido de pertenencia.
La base de su pensamiento conservador está vinculado al deseo de preservar lo que amamos, un deseo profundamente arraigado en un sentido de pertenencia (Scruton, 1982). De esta manera, su visión resuena con la exploración de Hegel sobre la conexión entre la libertad y el amor. Para Hegel, el amor no es simplemente una emoción, sino una expresión de nuestra verdadera humanidad. El amor representa una conexión ética entre los individuos, y la capacidad de ser libre está estrechamente vinculada con la capacidad de amar (Hegel, 1820/1991). Aunque Scruton nunca compartió la visión de que la historia está gobernada por un plan de desarrollo en el que cada etapa histórica representa una encarnación más adecuada de la razón, definida por las acciones, pasiones y ambiciones de ciertos individuos para cumplir con su propósito, sí considera que el legado perdurable de determinadas etapas históricas constituye la base de nuestra herencia (Scruton, 2014). Esta herencia, a su vez, dio origen a un nivel de superioridad entre los pueblos de habla inglesa, una superioridad que, según él, ha sido atacada por lo que denomina una "cultura de repudio".
En el centro del conservadurismo de Scruton se encuentra la creencia de que la sociedad precede al individuo. En esta visión, inspirada en Hegel, el individuo es moldeado por las condiciones históricas y sociales particulares que hereda, incluyendo los valores, costumbres y expectativas de su comunidad. Estos valores no son arbitrarios ni subjetivos; más bien, forman un orden social coherente en el que el individuo participa y en el que, hasta cierto punto, se convierte. Desde la perspectiva conservadora, estos valores y costumbres heredados merecen respeto, y cualquier rechazo de estos debe ocurrir dentro del contexto de ese orden social. Rechazar dichos valores es romper con el mismo tejido de la sociedad que hace que ese rechazo tenga sentido. Cuando estos valores pierden su autoridad, requieren de una renovación de las tradiciones o la introducción de una forma de justicia natural que les otorgue universalidad.
Esto es parte de lo que Scruton encuentra objetable en el liberalismo a un nivel más fundamental: su dependencia del concepto del individuo autónomo, quien se presume que está desprovisto de los lazos sociales y las obligaciones que hacen posible un orden social estable (Scruton, 1980). Scruton argumenta que conceptos como la libertad y los derechos no pueden existir en un vacío; están inextricablemente ligados a tradiciones particulares y contextos culturales. La noción liberal de individuos abstractos, unidos solo por un contrato social, con sus deberes sociales derivados únicamente de elecciones autónomas, es inaceptable para los conservadores. Según la visión de Scruton, los lazos de la sociedad trascienden la elección individual, y es imposible derivar los fines de la conducta humana únicamente de la autonomía individual.
La autoconciencia y la libertad se desarrollan a través de las relaciones con los demás. La libertad humana, para Scruton, evoluciona superando el conflicto y reconociendo los derechos y deberes mutuos, lo que finalmente fomenta un sentido tanto de valor personal como colectivo. Para los conservadores, las instituciones de la ley, la educación y la política no son estructuras abstractas impuestas desde arriba, sino que son fundamentales en el proceso de convertirse en individuos plenamente libres y autoconscientes (Scruton, 2014). Estas instituciones ayudan a los individuos a vivir como agentes responsables dentro de la sociedad, conscientes de sus obligaciones y roles.
La practicidad de lo sagrado
El oikos, como lo menciona Scruton (2014), forma la base de la estructura ética que compartimos con los demás y que consideramos buena en sí misma y, por lo tanto, digna de ser preservada. Pero esta visión y aceptación del bien, o lo bueno, implica una afirmación metafísica que, para Scruton, no está simplemente arraigada en lo que es efectivo o útil, sino en lo que es verdaderamente beneficioso para nosotros, lo que ha contribuido a nuestro carácter, desarrollo, bienestar e identidad (Scruton, 2014, p. 28). Esto es lo que hace que estas cosas sean buenas e infunde en nosotros un sentido de deber para preservarlas para las generaciones futuras, tal como las hemos heredado de aquellos que vinieron antes que nosotros.
Para Scruton, siempre es correcto conservar lo que valoramos, especialmente cuando se nos proponen alternativas que son peores. Esta ley a priori de la razón práctica es la verdad fundamental que sustenta su conservadurismo. Lo que apreciamos en la sociedad incluye, en su núcleo, conceptos como el sacrificio, el honor militar, el apego familiar, las estructuras y los contenidos educativos, las instituciones benéficas y las normas de buena conducta.
En este sentido, el valor de la tradición, según Scruton, no radica en un conocimiento teórico de hechos y verdades, ni se limita a un saber común. Se trata más bien de un dominio práctico en la interacción social: saber cómo llevar a cabo una tarea con éxito, donde el éxito no se mide por un objetivo exacto o predefinido, sino por la armonía del resultado con nuestras necesidades e intereses humanos. Saber cómo comportarse en sociedad, qué decir y qué sentir son cosas que adquirimos a través de la inmersión social. No pueden enseñarse únicamente con instrucciones explícitas, sino que se transmiten por ósmosis. Sin embargo, a quien no ha adquirido estas habilidades se le considera, con razón, ignorante.
La cultura desempeña el papel de dotar de identidad a los miembros de la sociedad civil. En su texto Culture Counts (2007), Scruton equipara la cultura con el quehacer de las élites. La defensa de la alta cultura es crucial, ya que ha sido rechazada no sólo por los radicales, sino incluso por los liberales moderados, quienes consideran que su importancia se reduce a la tecnología, la ciencia y todo lo que imite el progreso. Para Scruton, la cultura es una adquisición que abre tanto las mentes como los corazones, creada por élites inmersas en el patrimonio intelectual y artístico, pero que resuena con emociones universalmente humanas. Sirve como un depósito de conocimiento moral y como una visión compartida de la dignidad.
Mientras que la ciencia y la tecnología ofrecen progreso, no pueden reemplazar los fundamentos morales que proporciona la cultura. La cultura es vital para el sentido de pertenencia, requiriendo estudio activo, renovación y transmisión para evitar el declive intelectual y moral. Los juicios estéticos a los que se someten las obras de arte y literatura determinan guías para quienes las heredan y las apropian.
Aunque la cultura pueda surgir de círculos elitistas, su significado resuena ampliamente con emociones y aspiraciones humanas. Si bien la civilización es una entidad social más amplia, caracterizada por la uniformidad religiosa, política, legal y consuetudinaria a lo largo de un período extenso de tiempo, proporciona a sus miembros conocimientos socialmente acumulados y estructuras institucionales (Scruton, 2007). Las civilizaciones pueden contener múltiples tradiciones culturales y existir simultáneamente o de manera sucesiva, pero la cultura es el medio mediante el cual la civilización toma conciencia de sí misma y define su visión del mundo.
Para Scruton, el respeto por la tradición es una virtud, no un signo de complacencia. Es un proceso dinámico que adapta continuamente el pasado al presente y viceversa. Esta visión rescata el estudio de la historia de la mera abstracción académica y reafirma la importancia de la continuidad cultural (Scruton, 2017, p. 45). Por ejemplo, nuestra comprensión de la felicidad se encuentra en el sacrificio promovido por el cristianismo, que enfatiza el perdón a través de la renuncia a la venganza y la aceptación de los demás tal como son. También aboga por el concepto de ley como un medio para resolver conflictos, tratando a cada parte como un agente responsable. En este sentido, aunque el logro occidental de la ciudadanía es, en efecto, una relación entre extraños cuyo significado se limita a la esfera privada, solo podrá perdurar si está vinculado a un sentido de identidad basado en tradiciones expresadas en grandes obras de arte, literatura, filosofía y derecho; recursos que nutren espiritualmente y que serán heredados por las futuras generaciones.
Lo que inicialmente puede parecer abstracto, en realidad se manifiesta como algo concreto y práctico a través de una cualidad que obliga a los individuos a seguir ciertos principios. Estos principios se reflejan en la seguridad de una ley imparcial, la protección del entorno como un bien común, la cultura abierta y cuestionadora promovida por la educación, y los procedimientos democráticos. Esto contrasta con la teoría del contrato social defendida por muchos liberales, la cual, al no reconocer la dependencia mutua previa ni la cohesión forjada por el territorio y la jurisdicción, se mantiene como un mero experimento mental. Carece de las herramientas necesarias para orientar a los individuos sobre cómo podrían ser gobernados. Además, los miembros del contrato ya deben pertenecer a una comunidad, pues ya se han concebido como tal a través del largo proceso de interacción social. Para Scruton, la adhesión a la visión de Burke sobre la sociedad –como una asociación entre los muertos, los vivos y los no nacido– no se basa en un principio contractual, sino en algo más cercano al amor y la confianza. En palabras de Scruton:
Debemos invertir nuestro amor y deseo en cosas a las que asignamos un valor intrínseco, en lugar de un valor instrumental, para que la búsqueda de medios pueda llegar a descansar, para nosotros, en un lugar de fines. Eso es lo que queremos decir con asentamiento: poner el oikos de vuelta en la oikonomía. Y eso es de lo que trata el conservadurismo (2014, p. 32).
En el conservadurismo, la virtud se convierte, finalmente, en un principio político. En este sentido, la base metafísica descrita antes se expresa más claramente a través del individuo y su rol en la sociedad civil, que se forma dentro del marco sagrado de una estructura histórica y cultural realizada mediante un ejercicio pragmático. Los conservadores reconocen que algunos problemas pueden no tener soluciones políticas inmediatas y, por lo tanto, confían en el marco establecido por las instituciones heredadas para ayudar a resolverlos (Scruton, 1980). La necesidad de ser prácticos requiere esta base metafísica, arraigada en una visión idealizada de la historia y la cultura compartida; esencialmente, preguntando: ¿qué es lo que deseamos preservar?
Criterios de verdad
A pesar de apelar a Burke para defender el valor de la tradición, el prejuicio y las costumbres frente a las reformas progresistas inspiradas en la Ilustración, Scruton también recurre a este legado histórico por el papel fundamental que le asignó al uso de la razón (Scruton, 2017). Este es el legado que, según él, nos permite comprometernos de manera razonable y definir el papel de la razón, especialmente cuando nos enfrentamos al rechazo de la verdad objetiva, como ocurre en el pragmatismo de Richard Rorty, el cual, según Scruton, podría llevarnos a una peligrosa deriva hacia el relativismo moral y el nihilismo intelectual.
Dicho de otra forma, aunque Scruton reconoce la necesidad del pragmatismo como un eje fundamental en la política y en la encarnación de los valores impartidos por la cultura, también defiende la objetividad y la verdad universal, en contraste con los valores de pragmatistas como Rorty, quienes consideraban que la verdad dependía únicamente de un consenso general (véase Scruton, 2014). Scruton se esfuerza por definir la verdad como objetiva e independiente del acuerdo humano, descubriéndose a través de la indagación racional y fundamentada en una correspondencia con la realidad que habitamos. Para él, la verdad no es una construcción social ni un producto de acuerdos intersubjetivos, y este razonamiento se inserta dentro de una tradición intelectual arraigada en los ideales de la Ilustración, donde la razón universal y el juicio moral juegan un papel esencial. Para Scruton, la búsqueda de la verdad es fundamental para el florecimiento humano y la salud moral de la sociedad.
La crítica de Scruton al multiculturalismo revela su creencia en verdades morales objetivas que aplican a todos los seres humanos, independientemente de las creencias personales. Estas verdades, sostiene, están fundamentadas en la razón, la tradición de la Ilustración occidental y la herencia cultural del Estado-nación, junto con las formas de vida social que han surgido dentro de él (Scruton, 2014). Por eso, para Scruton, la creación de una nación basada en la verdad conservadora de la lealtad nacional se logra mejor dentro de un contexto occidental, donde las diferencias de creencias pueden coexistir y dar lugar a una identidad compartida. La lealtad nacional, en su opinión, trasciende las divisiones de familia, religión o credo, fomentando una obligación recíproca entre los ciudadanos, quienes deben lealtad los unos a los otros en base a su nacionalidad común. Este vínculo hace posibles las libertades –como la adoración, la libertad de expresión y de conciencia– no solo como viables, sino también como compatibles con un sentido colectivo de unidad. El Estado-nación, a su vez, es responsable ante todos sus ciudadanos, derivando su legitimidad de esta lealtad compartida, que define sus fronteras territoriales y limita su autoridad.
La admiración de Scruton por el derecho común inglés subraya aún más su convicción de que la verdad emerge a través del juicio sobre la coexistencia, entrelazando derechos y deberes en un proceso de descubrimiento. Nuestras capacidades racionales, argumenta, están moldeadas por la configuración de nuestra identidad cultural e histórica, preservada por un amor moralmente superior al odio. El derecho común, no es una imposición desde arriba, sino un sistema que crece orgánicamente a partir de la libre asociación de individuos. Este énfasis en un orden espontáneo y descentralizado se alinea con la visión más amplia de Scruton de la sociedad como una red compleja de costumbres, hábitos y normas informales que regulan el comportamiento y fomentan la cohesión. Para Scruton, la sociedad no es meramente una colección de reglas formales; es una red viva y en evolución de prácticas compartidas que emergen de las experiencias y elecciones de los individuos dentro de la comunidad, guiadas por principios que facilitan la convivencia pacífica.
De la misma manera, Scruton sostiene que el individuo tiene un deseo de vivir en comunidad y resalta la importancia de preservar las instituciones que encarnan los valores y costumbres de la sociedad civil. Los conservadores se oponen a la creación de instituciones basadas en teorías políticas abstractas, prefiriendo en su lugar aquellas que surgen de manera orgánica de las necesidades y tradiciones de la nación. Aunque el Estado desempeña un papel importante, no es la fuerza central en el conservadurismo; más bien, sirve como un medio para mantener la soberanía, proporcionar autoridad ceremonial y reconciliar los intereses sociales existentes. Según Scruton, los conservadores reconocen la sabiduría incrustada en las tradiciones de largo plazo y son reacios a apoyar reformas radicales que puedan perturbar el equilibrio y la estabilidad que estas instituciones brindan.
El conservadurismo scrutoniano pretende defender la oportunidad de vivir nuestras vidas cómo elegimos, la seguridad de la ley imparcial, la protección de nuestro entorno como un bien compartido, la cultura abierta y de investigación fomentada por la educación, y los procedimientos democráticos que nos permiten elegir a nuestros representantes y aprobar nuestras propias leyes. Estos son solo algunos de los muchos ejemplos de instituciones y costumbres familiares del mundo de habla inglesa, que Scruton vio como cada vez más amenazadas a lo largo de su carrera. La práctica política conservadora scrutoniana es pragmática y local, prefiriendo el cambio incremental sobre las transformaciones radicales. Reconoce que algunos problemas pueden no tener soluciones inmediatas, pero sugiere que las instituciones heredadas, fundamentadas en el Estado de derecho, ofrecen los medios más confiables para resolverlos.
Conclusión
En conclusión, los fundamentos del conservadurismo scrutoniano se basan en una metafísica que dota de sacralidad a la cultura occidental, cuya aura sigue siendo valiosa, aunque ya no se considere un don divino. Esto no implica que el conservadurismo sea completamente secular; más bien, reconoce que gran parte de lo que valoramos está profundamente marcado por sus orígenes religiosos. Sin embargo, Scruton se diferencia de la visión de que el conservadurismo se construye sobre fundamentos teológicos, en los cuales el orden democrático occidental se considera divinamente ordenado y las asociaciones humanas están guiadas por el Espíritu Santo (Scruton, 2014). Para Scruton, los conservadores británicos suelen ser menos propensos a aceptar tales visiones teológicas, debido a la experiencia del Imperio y a la necesidad de mantener el orden civil entre pueblos que no compartían una cosmovisión cristiana.
Scruton sostiene una concepción de lo sagrado que permite que conceptos como la ley natural y universal sigan siendo relevantes dentro de las instituciones que hemos heredado, valorado y justificado como verdaderas. Aunque la religión pueda servir como raíz de las comunidades y ofrecer consuelo a los individuos, juega un papel más ceremonial en la vida del Estado, el cual está fundado en principios seculares—en particular, el principio de la libertad religiosa. Para Scruton, el ámbito de los valores religiosos está abierto para todos: los individuos pueden unirse a iglesias y templos, explorar la santidad y la rectitud, y experimentar la paz, la esperanza y el consuelo que la religión ofrece. Sin embargo, también deben reconocer y respetar el derecho de los demás a ser diferentes.
La defensa del amor como principio y del deseo de preservar está en el corazón del conservadurismo scrutoniano, una cualidad intrínseca que conecta a todos los seres humanos a través de un sentido compartido de lo familiar. Este amor se manifiesta de manera más profunda en Occidente, donde sus costumbres e instituciones modelan las relaciones humanas, y fomentan su propio crecimiento. A partir de este reconocimiento de valores e ideales, Scruton extrae las justificaciones necesarias para los argumentos políticamente activos en cuestiones como el ambientalismo.
El proyecto de Scruton es una filosofía de la constitución moral y cultural del hombre. Scruton toma el análisis sociohistórico de Hegel y lo convierte en una dinámica de construcción de la identidad y el alma. En este sentido, los individuos reconocen libremente sus obligaciones y se apropian de una vida amparada en el deber y la piedad. Para el conservador, el hombre es libre y sumiso, dependiente de la comunidad, pero capaz de reconocer y acoger autónomamente los estándares morales que de ella emanan.
El conservadurismo de Scruton fundamenta el conservatismo en la creencia de que los ideales y las prácticas que heredamos poseen un valor sagrado intrínseco y merecen ser venerados, expresándose a través del amor como principio rector y orientado a alcanzar fines que sirvan a propósitos más elevados. A diferencia del liberalismo y el socialismo, que a menudo son criticados por enfocarse radicalmente en principios abstractos que carecen de sustancia práctica o aplicabilidad, el conservadurismo scrutoniano proporciona una base metafísica fundamentada en contenidos culturales, históricos y morales que sirven como base para la identidad. Quiénes somos está entrelazado con las instituciones y principios en los que creemos.
Referencias bibliográficas
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Burke, E. (1987). Reflections on the revolution in France [Reflexiones sobre la revolución Francesa] (J. G. A. Pocock, Ed.). Penguin Classics. (Obra original publicada en 1790)
Hegel, G. W. F. (1991). Elements of the philosophy of right [Elementos de filosofía del derecho] (A. W. Wood, Ed. & H. B. Nisbet, Trans.) [Kindle edition]. Cambridge University Press. (Obra original publicada en 1820)
Scruton, R. (1980). The meaning of conservatism [El significado del conservadurismo]. St. Agustine press.
Scruton, R. (1982). A dictionary of political thought [Un diccionario de pensamiento político]. Pan Reference.
Scruton, R. (2007). Culture counts: Faith and feeling in a world besieged [La cultura cuenta: fe y sentimiento en un mundo asediado]. Encounter Books.
Scruton, R. (2014). How to be a conservative [Cómo ser un conservador]. Bloomsbury Continuum
Scruton, R. (2017). Conservatism: An invitation to the great tradition [Conservadurismo: una invitación a la gran tradición]. Points Book
Shapiro, B. (2016, November 23). Is Donald Trump a pragmatist? [¿Es Donald Trump un pragmatista?] National Review. https://www.nationalreview.com/2016/11/donald-trump-pragmatist-not-conservative/