En la actualidad resulta difícil entender lo que constituye y mueve al pueblo ¿Qué ha cambiado en el escenario político, social y cultural, que complica hoy entender la voluntad popular? El presente artículo se ocupa de este tema y busca entregar una respuesta, importante para el desarrollo de la convivencia democrática. Las grandes transformaciones que experimenta la sociedad moderna, en todos sus ámbitos y, en tiempo real, fractura, conmueve y tensa las estructuras y relaciones sociales, en los que el individuo y los grupos sociales tratan de construir sus trayectorias humanas: unos ganan y otros pierden en la globalización que arrasa con sentidos e identidades tradicionales. Todo ello afecta profundamente la configuración del pueblo. La política sufre también una fuerte desafección que la desperfila y reduce en importancia. El pueblo fragmentado seguirá cambiando en su diversidad, tomando cada vez más compleja la comprensión y convocatoria de la política y de las elites dominantes. Vivimos en un siglo, caracterizado por la emergencia del poder de la información, el conocimiento, la inteligencia artificial, la ciencia y el cambio climático. Simultáneamente, asistimos a la emergencia de una nueva subjetividad humana y movimientos sociales ciudadanos, especialmente femeninos, de trabajadores, étnicos, socioecológicos y globales.
At present, it is difficult to understand what constitutes and moves the people. What has changed in the political, social and cultural scene, which today complicates understanding the popular will? This article deals with this issue and seeks to deliver an answer, important for the development of democratic coexistence. The great transformations experienced by modern society, in all its areas and, in real time, fracture, move and tense structures and social relations, in which the individual and social groups try to build their human trajectories: some win and others they lose in globalization that devastates traditional senses and identities. All this deeply affects the configuration of the town. Politics also suffers a
67 Dr. Phil. Sociología, Universidad de Hannover, Alemania. Profesor Titular Departamento de Sociología, Facultad de Ciencias Sociales. Investigador asociado del Centro de Recursos Hídricos para la Agricultura y Minería (CRHIAM), Conicyt/Fondap/15130015.
Recibido: 18/IV/19 - Aceptado: 16/V/-19
strong disaffection that spoils it and reduces it in importance. The fragmented people will continue to change in their diversity, making the understanding and convening of politics and ruling elites increasingly complex. We live in a century, characterized by the emergence of the power of information, knowledge, artificial intelligence, science and climate change. Simultaneously, we witness the emergence of a new human subjectivity and citizen social movements, especially feminine, workers, ethnic, socioecological and global.
En la actualidad resulta cada vez más difícil entender lo que se entiende por pueblo. ¿Qué ha cambiado? ¿El pueblo o los conceptos? ¿O la concepción ideológica de pueblo? Difícil pregunta y respuesta. ¿Puede explicarse el fenómeno desde la volatilidad electoral? ¿O la desafección de la política? ¿O la falta de diferenciación derecha-izquierda en boga? ¿O es que el pueblo ya no existe o nunca ha existido o ha sido una mera invención de las élites políticas para justificar su dominación? ¿Qué ha cambiado realmente, que hace más difícil que en el pasado, entender y leer la voluntad del pueblo?
Las preguntas formuladas implican hipótesis de análisis: posibles respuestas. En todo caso, el problema es complejo y, por lo tanto, la respuesta no es fácil. Esta respuesta, por lo tanto, debe entenderse sólo como una aproximación al problema de fondo. Desde luego, la respuesta no es materia de marketing, de encuestas ni de liderazgos, aunque en la actualidad se pretende aún hacer política mediante el uso de tecnologías mediáticas que, manipulan la opinión pública.
En tiempos de posverdad, los algoritmos combinados con inteligencia artificial -la digitalización de masiva información sistematizada y estandarizada-, logran sustituir programas políticos debidamente fundamentados y penetrar conciencias mediante mensajes prototipados, emocionalizados y teledirigidos a públicos diversos, saturados de pasado repetitivamente engañoso y, abiertos a novedades sorpresivas, muchas veces incluso, desconocidas. La incursión de la artificialidad mecánica, digitalizada, en la reconstrucción de la política, constituye una amenaza para el sistema social y la vida democrática.
Retomando el tema inicial del presente escrito: en verdad, el pueblo sigue existiendo, a pesar de todo lo que ha sucedido en la política y en la sociedad globalizada. También la política sigue existiendo, a pesar de la fuerte desafección que la desperfila y reduce en importancia. Ahora bien, el pueblo ha cambiado y seguirá cambiando, lo que produce incomprensiones y confusiones fundamentales a la política y a los ciudadanos mismos. Vivimos en un nuevo siglo, caracterizado por la emergencia del poder de la información, el conocimiento, la inteligencia artificial, la ciencia, la neurociencia y una nueva conciencia y, al mismo tiempo, asistimos a la emergencia de una nueva subjetividad humana. Todo ello es relativamente nuevo, pero avanza a pasos agigantados, sin que logremos tomar conciencia plena del devenir mutante.
La corrupción, fenómeno bastante generalizado en la sociedad de los negocios que prevalece en la actualidad en distintas instituciones públicas y privadas, incluidas las llamadas fuerzas del orden, gobiernos, poder judicial, parlamentos, partidos políticos y empresas, constituyen una señalan muy negativa que influye considerablemente en el comportamiento civil, electoral y político de los ciudadanos. Unido a la concentración de la riqueza y la generación de nuevas desigualdades, los ciudadanos, especialmente los jóvenes, pero también los más pobres, se desencantan y decepcionan
de las élites dominantes y, en consecuencia, optan por alternativas políticas que no siempre resultan las mejores. El ascenso del llamado populismo de ultraderecha, en algunos casos filo-fascistas, encuentra también, en parte importante, su explicación sociológica en la frustración que produce la falta de probidad, la corrupción y el distanciamiento social de la clase política, la que aparece crecientemente como un grupo de personas que se auto-reproducen, de manera independiente y desconectados de la realidad.
Al respecto, existen diferentes interpretaciones y análisis sobre el carácter y dimensiones de las transformaciones en marcha en el mundo globalizado. Innerarity (2018), por ejemplo, representa una de ellas, centrada en la emergencia de la incertidumbre, la que incluso sería de tal magnitud que, prácticamente, escaparía a nuestra comprensión. Esta incertidumbre es definida por este autor como un estado de perplejidad, de confusión e irresolución de la política: impedida profundamente de saber, de pensar y de hacer política.
“Si hubiera que sintetizar el carácter del mundo en el que vivimos yo diría que estamos en una época de incertidumbre. Los seres humanos de sociedades anteriores a la nuestra han vivido con un futuro tal vez más sombrío, pero la estabilidad de sus condiciones vitales -por muy negativas que fueran- les permitía pensar que el porvenir no les iba a deparar demasiadas sorpresas. Podían pasar hambre y sufrir la opresión, pero no estaban perplejos. La perplejidad es una situación propia de sociedades en las que el horizonte de lo posible se ha abierto tanto que nuestros cálculos acerca del futuro son especialmente inciertos” (Innerarity, D., 2018:9).
Las incertidumbres producen perplejidad, asombro y confusión frente a la realidad inciertamente cambiante. Las grandes transformaciones globales y locales, especialmente la puesta en escena de políticas neoliberales en diversos países y territorios, ha flexibilizado y desregulados las antiguas formas de actuar de las instituciones públicas y privadas, ha privatizado funciones y actividades que otrora fueron públicas y, ha abierto el mercado a espacios materiales e inmateriales. El neoliberalismo ha mercantilizado y, por ende, privatizado, nuevas esferas de la actividad humana. Ahora, todo es susceptible de intercambio en el mercado de las transacciones utilitarias. Los negocios tienden a universalizarse en un sentido lucrativo. Esta expansión ilimitada del mercado ha invadido esferas que en el pasado fueron propias y típicas del ámbito político y del espacio público.
En el pasado, los partidos — en sus muy diversas e, incluso contradictorias expresiones de clase-, en muchos casos terminaron mediando intereses, según sus programas y alianzas de gobierno. En la historia han existido expresiones políticas de izquierda, de derecha y centro-izquierda de gobierno. También nefastas dictaduras, de diferentes colores, horrores y niveles represivos. Han existido gobiernos de minorías y de mayorías. En verdad, estas modalidades subsisten aun en la actualidad, en diversos continentes y democracias. El poder de la política, de los partidos, consistió en la posibilidad de levantar programas de cambios y de articular clases y capas sociales en función de dichos programas y de alianzas políticas, con capacidades de realizaciones y de producir estabilidad política y paz social.
Era otra época, el de la hegemonía de la política. Las grandes transformaciones de las últimas décadas — de fines del siglo XX e ingreso al siglo XH-, restaron significativamente espacios a la acción de la política. La expansión del mercado limitó la acción de la política. Pero a su vez, la política — en verdad, los políticos- se dejaron limitar o cooptar por el encanto de lo privado mercantil. El mercado quitó espacios a la política y a los políticos, pero al mismo tiempo les proporcionó nuevas herramientas y más recursos económicos y mediáticos para expandir artificialmente su poder; un poder que, esta vez, no consiste en posibilidades de cambiar la
sociedad, sino más bien de acrecentar su poder personal, en tanto que miembro de la élite dominante, en algún ámbito, nivel de prestigio y posición político-ideológica. Es el momento de fragmentación y privatización de la política y del político. Es el momento de la despolitización planificada de la sociedad. Este proceso de privatización ha influido también en el carácter del Estado y de los gobiernos. El dinero, como el medio más importante de transacciones económicas, institucionales (políticas), sociales, culturales y humanas, ha terminado por contaminar el sistema social y transformar la acción política en mecanismos inciertos e invisibles de la expansión del capital. Constituyen expresiones débiles y des-utopizadas de posrelato.
“Creo que este cambio capital se ha convertido en una de las fuentes principales de la forma “licuada” del mal social: fracturado, pulverizado, desarticulado y diseminado, radicalmente distinto de la anterior forma del mal, que era concentrado y condensado, y que estaba administrado desde un núcleo central. Esa variedad previa del mal, reunido, acumulado y férreamente retenido por el Estado que se reclamaba poseedor del monopolio de los medios de coerción (un monopolio prácticamente abandonado y olvidado en estos tiempos nuestros de “externalización” y “subcontratación” de funciones estatales, transferidas a la competencia — de todos contra todos- que impera entre las fuerzas del mercado, incontroladas y eximidas del control del Estado), fomentaba - como efecto secundario- la solidaridad humana (aunque confinada, eso sí, al interior de las fronteras estatales). El daño colateral infligido por el mal diseminado y filtrado o “subsidiarizado” (delegado por el principio de la subsidiaridad) al ámbito de la “política de vida” gestionada por el individuo, y/o transferido al “todos contra todos” de los mercados desregulados y liberados de la supervisión política, potencia, en cambio, la competencia y a rivalidad, la enemistad y la desconfianza mutua, el alejamiento y el mantenimiento de las distancias, así como la actitud del “todo vale” y del “todo para el ganador, nada para el perdedor: “que cada uno procure por lo suyo, y lo demás que sea lo que Dios (o, mejor dicho, el diablo) quiera” (Bauman, Z. y Donskis, L., 2019:59-60).
La pregunta que emerge de esta nueva realidad cambiante: ¿dónde quedó el pueblo, en medio de los extravíos inciertos de la transformación en marcha? ¿Cuánto de construcción ideológica existe en los multi-discursos de las incertidumbres, reconociendo que existen? La incertidumbre puede también ser útil para provocar temor e inseguridad en la población. De hecho, tiene este efecto, por ejemplo, en el discurso contra la inmigración y la xenofobia: el temor al otro, a ser desplazado e invadido en la cultura y en la identidad propia.
Las incertidumbres están también relacionadas con la suerte que corren los pueblos y, en particular, con las manifestaciones de pos o neo-populismos de ultraderecha.
Volvamos a escudriñar en el pasado. En la historia moderna han existido diversas versiones de pueblo: románticas de izquierdas y de derechas; utópicas marxistas; comunitarista fascistas; nacionalistas de izquierda populista y de extrema derecha populista. Por cierto, las versiones no sólo son diferentes, sino también contradictorias. A menudo, el pueblo es un mero recurso discursivo, una estrategia política para lograr el poder y luego, cumplido el objetivo, se olvidan del pueblo y gobiernan en su contra, como se constata actualmente en diversos ejemplos de gobiernos de diferentes signos y paradigmas políticos.
En este sentido, Enrique Krauze, destacado intelectual mexicano, analiza el sentido del populismo, en un país, precisamente, en el que dicha tendencia política tuvo -tiene aún-, una importante presencia en el ámbito público y político.
“El populismo es un término resbaloso. No obstante, ha terminado por encontrar su significación definitiva. Es una forma de poder, no una ideología. Más precisamente, el populismo es el uso demagógico que un líder carismático hace de la legitimidad democrática para prometer la vuelta de un orden tradicional o el acceso a una utopía posible y, logrado el triunfo, consolidar un poder personal al margen de las leyes, las instituciones y las libertades.
“El populismo en Iberoamérica ha adoptado una desconcertante amalgama de posturas ideológicas. Izquierdas y derechas podrían reivindicar para sí la paternidad del populismo, todas al conjunto de la palabra mágica: “pueblo” (Krauze, E., 2018:115-123).
Krauze, en su obra reciente, citada, “El pueblo soy yo” (2018), define 10 rasgos que caracterizarían al populismo: 1) El populismo exalta al líder carismático; 2) El populismo no sólo usa y abusa de la palabra: se apodera de ella; 3) el populismo fabrica la verdad; 4) el populista, en su variante latinoamericana, utiliza de modo discrecional los fondos públicos; 5) el populista, una vez más en su variante latinoamericana, reparte directamente la riqueza; 6) el populista alienta el odio de clases;
7) el populista moviliza permanentemente a los grupos sociales; 8) el populismo fustiga por sistema al “enemigo exterior”; 9) el populismo desprecia el orden legal; 10) el populismo mina, domina y, en último término, doméstica o cancela las instituciones y libertades de la democracia (Krauze, E., 2018:119-123).
Krauze, en verdad, no deja muy bien parado al populismo latinoamericano. Sin embargo, en sus inicios, hubo experiencias populistas progresista que impulsaron políticas positivas de defensa de los recursos nacionales y de protección social. Impulsaron reformas laborales, sociales, culturales (por ejemplo, la educación pública) y legales en favor de los trabajadores, de los campesinos y de los sectores más pobres de la sociedad. El populismo en América Latina, en sus inicios, en México con el PRI, en Argentina con el Peronismo, en Perú con el APRA, el chavismo —populismo tardío- en Venezuela y, en otras experiencias históricas latinoamericanas, representó avances en el desarrollo económico y social. Sus estrategias y programas se ubicaban en la perspectiva del progresismo modernizador del siglo XX. Impulsaron procesos de industrialización, reformas agrarias, procesos de nacionalización/estatización de recursos naturales (por ejemplo, minería, energía). Ciertamente que, en su evolución histórica, el populismo mostró su carencia de pluralismo y su tendencia a la centralización autoritaria del poder. La falta de mecanismo democráticos, produjeron tendencias a la corrupción —favorecidas por el clientelismo- y al caudillismo del líder que se siente, automandatado, como la encarnación superior del pueblo.
El populismo progresista entra en crisis en la década de los setenta y comienzos de los ochenta del siglo XX. La irrupción del mercado globalizado, gatillado por el neoliberalismo, instala progresivamente lo privado en el centro de las sociedades, lo privado como motor dinamizador no sólo de la economía, también de la sociedad y del individuo. Los populismos fueron intervenidos, transformados, en algunos casos incluso, reencantados por el neoliberalismo, poniendo fin a su historia progresista, especialmente en lo que dice relación con el papel del Estado y las políticas sociales.
El neopopulismo de extrema derecha que hoy vemos resucitar en el marco de la crisis que vive el capitalismo y el sistema de dominación, constituye una estrategia del ultra conservadurismo, orientado a reconquistar espacios de poder perdidos en el proceso de globalización. En parte, se explica por la pérdida del proyecto socialdemócrata europeo, que históricamente promovió el pacto Capital-trabajo, en su expresión denominada Estado de compromiso social o Estado de Bienestar social. Este modelo socialdemócrata, exitoso durante décadas, implementado en varios países, especialmente durante la segunda mitad del siglo XX, pos segunda guerra mundial. En efecto, Inglaterra, Francia y Alemania y otros países, empezaron a de-construir este modelo, impulsando reformas económicas, tributarias y sociales en favor de la competitividad del gran capital en
tiempos de globalización de la economía. Este proceso se tradujo en una nueva concentración de la riqueza -en el uno por ciento-, y, en la generación de nuevas desigualdades y pobreza, la de los “perdedores” de la globalización. Los “desestabilizados” y “perdedores”, constituyen, precisamente una de las bases sociales en el que el discurso populista de ultraderecha, tiene acogida, con potencial movilizador de conciencia y de electorado coyuntural.
Otro caballo de batalla importante del populismo de derecha en el nivel internacional, es su lucha contra el liberalismo. En las reformas impulsadas en las sociedades modernas, lo social no siempre ha ido de la mano con lo liberal. Por el contrario, tienen a separarse. En los hechos, en el último tiempo, los avances sociales se detuvieron, mientras que las reformas liberales han seguido un camino independiente. Esta verdadera bifurcación de lo social con lo liberal, fue incluso posteriormente acompañado por una nueva vía paralela, también separada: el ambiente, los pasivos ambientales, la lucha de segmentos de la población en favor de los ecosistemas, del agua, del suelo productivo, de los glaciales, del aire libre de contaminación, de los bosques nativos, de los ecosistemas marinos y de los océanos. Lo social se quedó atrás, en favor de la acumulación del capital competitivo. Lo liberal, en cambio, no hacia tanto daño a la acumulación y se podía avanzar
—aunque también con fuertes conflictos y debates- en: las relaciones igualitarias de género, en la legislación sobre el aborto (aborto permitido por tres causales, en el caso de Chile), el matrimonio igualitario, reconocimientos a diferentes tipos de orientaciones sexuales, las diferentes formas de convivencia alternativas al matrimonio tradicional. Estos avances se enmarcan en el ámbito del desarrollo de la subjetividad humana, der la diversidad humana. Sin embargo, los valores “tradicionales, que otrora fueron absolutamente hegemónicos en la sociedad más atrasada, sobreviven aún en los segmentos más atrasados o conservadores de la sociedad, los que son susceptibles de ser movilizados y agnados para causas restauradoras de valores y políticas populistas de extrema derecha. Representan, en el fondo, también a “perdedores” de las antiguas tradiciones y de las identidades que impregnaron la vida social pasada.
En consecuencia, los nuevos pobres se quedaron sin trabajo o con ocupaciones precarizadas en los países desarrollados —empleos precarios y desempleados, precariado, en el concepto de Klaus Dörre (2018:66-67). En América Latina, el trabajo precarizado es de larga data. En efecto, el neoliberalismo destruyó trabajo estable, las dictaduras militares desorganizaron los sindicatos. El trabajo “barato” y la naturaleza “barata”, constituyeron dos “ventajas comparativas” de los modelos neoliberales. De esta manera, el capital recuperó sus tasas de ganancias, superexplotando el trabajo y la naturaleza. Los pasivos sociales y ambientales se incrementaron exponencialmente. Y prácticamente, no ha sido posible desprenderse de este modelo, a pesar de la recuperación de la democracia. Y la libertad. Chile ha sido un buen ejemplo de superación de los altos niveles de pobreza heredados de la dictadura en 1989 (de un 45% a cerca de un 8% actual), pero subsisten aun enormes brechas de desigualdad en las remuneraciones, en la salud, en la educación y, en general, en los sistemas sociales. Estos sectores, se consideran aun como “perdedores” de la economía y, por lo tanto, son también, susceptibles de ser movilizados por ideologías y políticas neoconservadoras, como de hecho actualmente ocurre. En este sentido, resulta interesante, observar la importancia que estos sectores socialmente más rezagados, como han aumentado su influencia las religiones evangélicas pentecostalistas, de sello extremadamente conservador. En realidad, se trata de un fenómeno mundial.
El discurso populista de extrema derecha, procede a unir o re-unir fracciones de segmentos populates, afectados por muy diferentes “perdidas” o frustraciones individuales o grupales - excluidos de algún tipo de beneficio, incluida la autoestima personal-, tendiendo puentes políticos no tradicionales, con medios digitales, discursivamente contra la élite tradicional, desde, obviamente, una nueva elite, provista de riquezas, pero carente de poder político.
Sin embargo, el discurso representa sólo una estrategia política para acceder al poder. En efecto, la emergencia del populismo de extrema derecha en diversos países, tiene un maco contextual histórico e ideológico. No surge de las sombras de la crisis, aunque es su detonante más próximo. Además, a pesar de sus diferencias, tiene un cierto parentesco con el fascismo. Precisamente se debe poner atención a las raíces conjuntas, especialmente a las amenazas que representan para la democracia y la convivencia humana:
“Nuestro nuevo siglo se caracteriza por la crisis, la xenofobia y el populismo. Pero estos rasgos no son nuevos, ni son simples reencarnaciones que tienen que tienen lugar en nuestro presente. Comprender el evidente renacimiento del populismo es, en realidad, entender la historia de adaptación y sus reformulaciones a lo largo del tiempo. Esa historia empieza con el fascismo y continúa con el populismo en el poder. Si este siglo no ha dejado atrás la historia de la violencia, fascismo y genocidio que tan central fe en el siglo XX, las dictaduras, es especial las dictaduras fascistas, sin embargo, han perdido cada vez más legitimidad como formas de gobierno.
“¿Qué es el fascismo y qué es el populismo?... actores e intérpretes han coincidido en que ambos términos se contraponen al liberalismo, ambos implican una condena moral del orden de cosas de la democracia liberal y ambos representan una reacción masiva que líderes fuertes promuevan en nombre del pueblo contra élites y políticos tradicionales...
En todos los casos, el populismo habla en nombre de un solo pueblo, y también lo hace en nombre de la democracia. Pero una democracia definida en términos restringidos: como la expresión de los deseos de los líderes populistas... El líder reemplaza al pueblo y pasa a ser su voz..., pero en la práctica sólo representa a sus seguidores... Es en la persona del líder donde la nación y el pueblo pueden finalmente reconocerse a sí mismos y tener una participación política. En realidad, sin un concepto de líder carismático y mesiánico, el populismo es una forma histórica incompleta. Es difícil entender el populismo prescindiendo de su idea autoritaria de liderazgo” (Finchelstein, F., 2018:13-21).
Con estas citas no pretendo clarificar ni mucho menos resolver las complejas — y en muchos casos contradictorias y tensas- relaciones históricas, existentes entre fascismo y populismo. El autor citado se refiere extensa y profundamente a dichas diferencias, diferenciando además claramente los populismos de izquierda y de extrema derecha, así como las diferencias con el fascismo.
Zeev Sternhell, reconocido investigador del fascismo, entiende y explica el ascenso del fascismo como una tendencia histórica contra el liberalismo, el marxismo, el racionalismo y el positivismo en Europa en el siglo XIX, como producto del movimiento intelectual de la Ilustración y la revolución francesa, que impulsan, con consecuencia, los principios de Era Moderna:
“Tal como se va forjando al cambiar el siglo, y tal como se desarrolla en las décadas de los años veinte y treinta, la ideología fascista es el producto de una síntesis del nacimiento orgánico y de la revisión antimaterialista del marxismo. Expresa una aspiración revolucionaria fundada en el rechazo al individualismo, de índole liberal o marxista, e instaura las grandes componentes de una cultura política nueva y original. Una cultura política comunitaria, antiindividualista y antirracionalista, basada -en una primera fase- en el repudio a la herencia de la Ilustración y de la Revolución francesa, y -en una segunda fase- en la construcción de una solución de recambio total, de un marco intelectual, moral y político, único capaz de garantizar la perennidad de una colectividad humana en la que se integrarían perfectamente todas las capas y todas las clases de la sociedad. El fascismo pretende hacer desaparecer los efectos más desastrosos de la modernización del continente europeo, quiere per remedio a la disgregación de la comunidad en grupos antagónicos a la atomización de la sociedad, a la alienación del individuo convertido en mera mercancía lanzada al mercado” (Sternhell, Z.; Sznajder, M. y Asheri, M., 2016:6-7).
La ideología fascista trabaja con una idea inmanente de pueblo. Un pueblo que no existe, que sólo existe en la mente y el discurso de sus ideólogos, en sus intelectuales y, que finalmente encarna el líder carismático autoritario. La reconstrucción de la comunidad constituye el sueño o la nostalgia del oscurantismo medieval. Claro, la comunidad pequeña es el lugar del control humano, el lugar de la socialización represiva, donde lo colectivo comunitario ejerce su poder contra el individualismo, el lugar donde todos son “iguales”, fundidos y confundidos en el espíritu abstracto del pueblo sempiterno. El peligro y la amenaza del fascismo, es que como luchan contra una gran transformación de la sociedad moderna, justifiquen y empleen la violencia para lograr sus objetivos históricos. Ya sabemos lo que ha significado para los pueblos realmente existente, la puesta en marcha de esta verdadera maquina destructora del fascismo en Europa y otros continentes. Si bien es cierto que las actuales expresiones de populismo de extrema derecha -que se propagan internacionalmente-, no son asimilables al fascismo conocido, no es menos cierto que por sus cercanías y parentescos ideológicos, representan amenazas para la democracia, para la convivencia multiétnica presente en prácticamente la inmensa mayoría de las sociedades modernas, para la paz mundial y, en definitiva para la construcción de un mundo más justo, inclusivo, humano, más democrático y ecológicamente sustentable.
Sin embargo, no sólo el populismo de extrema de derecha representa un peligro para la vida humana y la reproducción de los ecosistemas. También el modelo neoliberal del capitalismo, representa amenazas específicas — a través de la mercantilización- para la vida humana y natural en el planeta. La sociedad de mercado, produce nuevos problemas sociales, los que se traducen también en procesos de desperfilamiento y fracturación de lo que se entiende por pueblo.
Para entender mejor este concepto, resulta más adecuado explicarlo con un ejemplo de una sociedad que experimentó una transformación neoliberal radical y global. En efecto, la sociedad chilena — como modelo internacional de intervención neoliberal- sufrió grandes transformaciones en las últimas décadas. Estas transformaciones afectan su vida económica, social, política y cultural. Los cambios se caracterizan por la existencia de menos Estado, menos política y menos cultura; mientras se impone el dominio del mercado, el consumismo y el individualismo, por encima del interés social y de lo público. Estos cambios se iniciaron violentamente a mediados de la década de los setenta y, con el tiempo, en democracia, ha resultado difícil cambiar de rumbo y de modelo, el que avanzó en la sociedad, impregnando, en cierto modo, la vida cotidiana y las relaciones sociales. Sin embargo, estos cambios no dejan contentos a todos, especialmente a aquellos que no logran movilidad social, que no logran integrarse al nuevo modo de vida, como consecuencia de las enormes brechas sociales y de la falta de equidad en la distribución de los bienes materiales e inmateriales. La inequidad estructural, prácticamente inherente al sistema neoliberal imperante, produce un profundo sentimiento de frustración de expectativas insatisfechas y de malestar social.
Los síntomas de este malestar lo constituyen conductas variadas y complejas, de difícil comprensión y solución: depresión individual, estrés, individualismo, resentimiento social, violencia, incremento de la delincuencia, consumismo desenfrenado, desapego a las instituciones (especialmente a las políticas), crisis de valores y de identidad. En el pasado, antes de la irrupción del mercado como mecanismo de regulación, las normas y valores provenían de la familia, de la escuela, de la iglesia y de la política. En la sociedad industrial — a pesar de la explotación - incluso existía un valor del trabajo. Las políticas extremas y desreguladas de mercado destruyeron gran parte de los contenidos valóricos y normativos que orientaron los procesos de socialización del pasado. En las últimas décadas, la competencia individual se ha erguido como un estandarte supremo de la construcción de personalidad y sociedad. Para quienes no lo logran — y son muchos
los que no lo logran — se ofrece un subsidio o medidas mininas de protección social. Chile no cuenta propiamente con un Estado de derechos y de protección social, que garantice igualdad de acceso y oportunidades a la salud, educación y seguridad social.
La sociedad neoliberal busca construir un orden social utópico basado en el individuo, considerado como un ente abstracto, sin sociedad, limitado a relaciones de tipo transaccionales. Para lograr este objetivo los militares desorganizaron violentamente la sociedad y los economistas neoliberales sometieron las relaciones sociales al mercado. La dictadura destruyó la organización social y los proyectos emancipatorios, acumulados históricamente. Y el mercado, radicalmente desregulado, privatizó e individualizó la sociedad. Estas dos dictaduras echaron las bases del tipo de sociedad actualmente existente en el país, aunque muchos chilenos, especialmente las nuevas generaciones, buscan la huella histórica que el país construyó en siglos de luchas, reformas y mejoras de las condiciones de vida. Lucha que, se ha intensificado en los tiempos posdictadura.
El individuo flexible, base de la filosofía neoliberal, carece de sociedad solidaria. Su única posibilidad de sobrevivencia consiste en autoemprenderse, en ser individualmente. Su vida no tiene metas de largo plazo ni certezas, carece de futuro y de biografía, debe sobrevivir en el presente, con una vida discontinuada y fracturada en proyectos. Muchos de estos proyectos fracasan, bajo la responsabilidad propia. Por lo general, los individuos sobreviven a medio camino, debido a la falta real de oportunidades y de sustentabilidad (Rojas, J., 2012).
El Estado, esa invención fantástica de la Era Moderna, responsable de reducir incertidumbres y de poner en marcha condiciones aptas para el desarrollo de la Subjetividad, sufre, bajo el modelo neoliberal, transformaciones profundas y desafíos que le imponen los nuevos modelos de desarrollo económico y las demandas ciudadanas, en diferentes niveles, tiempos, regiones e intensidades. El Estado neoliberal no reconoce al pueblo como tal. El pueblo implica de por sí, establecer compromisos sociopolíticos, atender a diferentes segmentos que lo componen al heterogéneo pueblo. Comprender al pueblo diverso, implica necesariamente definir programas diferenciados y, sobre todo, implica realizar concesiones. Y las concesiones o pactos sociales, atentan profundamente contra la filosofía y los principios del neoliberalismo, el que, idealmente, prefiere entenderse con individuos solos, sin amarras ni compromisos de ninguna naturaleza. Pactos y compromisos sociales, atenta contra la libertad absoluta del individuo frente al mundo de los intercambios, proclamado por el neoliberalismo de Friedrich von Hayek y Milton Friedman y sus seguidores. Individuos des-socializados y desolidarizados, representan el ideal de la doctrina neoliberal. Por cierto, impracticable e inalcanzable. Pero se busca, con las consecuencias del caso, analizado en el presente trabajo.
Los abandonados del progreso y la riqueza, los pobres rechazados, los que envejecen pobremente y sin piedad, sin salud ni renta segura, reclaman la presencia del Estado; reclaman este cuerpo que vivió, creció en las reformas y en las promesas de felicidad, aquella que la élite enterró con la fuerza del poder injusto. El Estado era un cuerpo público, vivo y presente. Pero sus promesas utópicas lo desbordaron y, los espíritus malignos lo convocaron al destierro, lo redujeron y entregaron a manos privadas. Y, en el mundo no público, privado, el Estado perdió su cuerpo, se hundió en el abismo privado, en un mercado contractualista, desregulado y deshumanizado.
En definitiva, el mercado profundo — como podríamos también definirlo, en un sentido integral- fragmenta la sociedad e influye en el actuar de la política, como lo veremos a continuación.
El desconcierto político que existe en la política, que afecta también a las élites dominantes, puede tener varias explicaciones. Una de ellas, la proporciona Innerarity:
“¿Cómo se explica este desconcierto? Mi hipótesis es que tiene su origen en la fragmentación de nuestras sociedades, en la segregación urbana, la exclusión y el dualismo laboral. Vivimos en sociedades atravesadas por fracturas múltiples, en Estados Unidos, concretamente, entre las ciudades de la costa y bel interior del país, entre la población blanca y las minorías, la ética protestante del trabajo y una cultura de la abundancia y la diversión... Al mismo tiempo, los medios, los tradicionales y los nuevos, han acelerado esta fragmentación de las identidades culturales y políticas; especialmente, las redes sociales permiten la creación se comunidades abstractas y homogéneas en unos enclaves de opinión donde se refleja la autosegregación psíquica de las comunidades ideológicas” (Innerarity, D., 2018:130).
Las sociedades modernas han entrado en un proceso de trasformación múltiple que las hace cada vez más complejas y heterogéneas, de difícil integración y comprensión. La globalización externaliza procesos otrora internos, de mayor nivel de asimilación y gestión político-institucional. Era, la era del Estado-nación, más enmarcado en fronteras económicas, sociales, culturales y políticas. En la actualidad, el proceso desatado de la globalización sin límites, fracturas las sociedades, atravesando y desestabilizando sus territorios, sus comunidades organizadas y ecosistemas, sustentadores de la vida humana y natural. Los tiempos “líquidos”, sostiene Bauman, debilita los vínculos humanos y languidece la solidaridad, dando paso al surgimiento de un nuevo individualismo, desprotegido por parte del Estado:
“La sociedad ya no está protegida por el Estado, o por lo menos difícilmente confía en la protección que éste ofrece; ahora se halla expuesta a la voracidad de las fuerzas que el Estado no controla y que ya no espera ni pretende recuperar y subyugar. Es sobre todo por este motivo por el que los gobiernos estatales, en su esfuerzo diario por capear los temporales que amenazan con arruinar sus programas y sus políticas, van dando tumbos ad hoc de una campaña de gestión de crisis a otra y de un conjunto de medidas de emergencia a otro, soñando sólo con mantenerse en el poder tras las próximas elecciones, y es por ello por lo que carecen, por lo demás, de programas o ambiciones con visión de futuro, por no hablar de resolución radical para los problemas recurrentes de la nación. “Abierto” y crecientemente indefenso por ambos flancos, el Estado-nación pierde gran parte de su fuerza, que ahora se evapora en el espacio global, y buena parte de su sagacidad y su destreza política, cada vez más relegada a la esfera de la “política de la vida” individual, y “subsidiarizado” en hombre y mujeres individuales...
“En un planeta negativamente globalizado, los problemas más fundamentales -los auténticos meta problemas que condicionan las posibilidades y los modos de afrontar los demás problemas- son globales y, como tales, no admiten soluciones locales; no existen, ni pueden existir, soluciones locales a problemas originados y reforzados desde la esfera global. De ser posible, el único modo de conseguir la reunión del poder y la política será a escala planetaria” (Bauman, Z., 2007:41).
El desperfilamiento y debilitamiento del Estado-nación, planificado por una élite que busca, ahora, sus beneficios y sistema de dominación, externalizando las funciones de las instituciones, conduce, precisamente a la fracturación y fragmentación de la sociedad. Este proceso, desregulado y desgobernado, produce “ganadores” y “perdedores”, a escalas y niveles muy diferenciados y, sobre todo, desencantados, ansiosos del presente volátil e inciertos de futuro. Si a ello, agregamos, los impactos en el empleo de la cuarta revolución industrial y tecnológica y los problemas ambientales- climáticos, nos enfrentamos, sin duda, a un panorama de escenarios de alta complejidad e incertidumbre. En efecto, la múltiple fragmentación social, hace emergen una enorme diversidad de intereses e identidades, las que se expresan en conflictos y rivalidades sociales, étnicas y ecológicas, de difícil, sino imposible, percepción, asimilación, atención y resolución de parte de la política y sus
diversas expresiones coyunturales. Justamente, este mapa social, desestructurado, segmentado y deslocalizado, es que permite el surgimiento de tendencias neopopulistas de extrema derecha, las que aparentemente se distancian del conservadurismo tradicional -más republicano- y buscan representar viejos y variados resentimientos sociales y raciales, como problemas históricos no resueltos por la Era Moderna, ni por los diversos gobiernos que han operado los Estado-nación. De esta manera, surgen, o mejor dicho, despiertan los “supremacistas” blancos en Estados Unidos, “perdedores” estructurales de la modernización y globalización interna; surgen los neo-social- nacionalistas -como el Brexit de la Inglaterra en decadencia y, en general, de los sectores europeos “perdedores” de la Unión Europea, que se sienten perjudicados por la nueva burocracia europea.
En efecto, en la presente época de incertidumbres y de profundas confusiones, desorientaciones político-ideológicas y crisis, emergen líderes populistas, especialmente de extrema derecha que tratan de interpretar el desconcierto y movilizar demagógicamente, fuerzas oscuras de la historia, en la perspectiva, no declarada, pero evidente, de reconstruir, aunque sea transitoriamente, la dominación del capital, amenazada por la crisis y la emergencia de una nueva conciencia ciudadana.
En la Era postindustrial que vivimos, asistimos a un proceso de transición epistemológica y cognitiva. Las palabras y conceptos de uso común — en distintos ámbitos-, pierden sentido, aunque paradojalmente siguen empleándose como si nada hubiese cambiado. La transición significa y se traduce también en desorden social, en giros lingüísticos y confusión o desorientación de los actores políticos. Implica también el nacimiento de nuevos actores políticos y ciudadanos, con nuevos discursos, aunque no siempre comprensivos ni plenamente interiorizados del emergente sistema de relaciones de poder institucional, cultural, ecológico y humano en marcha.
El pueblo del siglo XXI no es el mismo pueblo que inauguró y anunció la Iluminación ni la era de la revolución industrial ni del socialismo de Marx ni del realmente existente que se instaló en Europa de Este. Ello es parte del pasado conceptual anquilosado, que no responde a los problemas y desafíos del presente, del siglo XXI en marcha, que nos plantea nuevos problemas y preguntas de desarrollo y de protagonismo ciudadano. Sin embargo, estas concepciones subsisten, sobreviven a la crisis, como una realidad que se niega a desaparecer.
En tiempos neoliberales, incluso sectores componentes del tradicionalmente considerado “pueblo”, como lo serían los pobres, tienden a ser rechazados y discriminados. Simplemente debido a que no calzan con el tipo de individuo y de sociedad que fomenta el mercado. Al respecto, Adela Cortina, profesora de la Universidad de Valencia, ha realizado una importante investigación sobre los problemas relacionados con las fobias, racismos y discriminaciones que conmocionan al mundo y a las sociedades globalizadas. En este contexto, ella ha introducido el concepto de Aporofobia, para explicar el rechazo al pobre en la sociedad moderna:
“El problema no es entonces de raza, de etnia ni tampoco de extranjería. El problema es de pobreza.
Y lo más sensible en este caso es que hay muchos racistas y xenófobos, pero aporofobos, casi todos.
Es el pobre, el áporos, el que molesta, incluso el de la propia familia, porque se vive al pariente pobre como una vergüenza que no conviene airear, mientras que es un placer presumir del pariente triunfador, bien situado en el mundo académico, político, artístico o en los negocios. Es la fobia hacia el pobre la que lleva a rechazar a las personas, a las razas y a aquellas etnias que habitualmente no tienen recursos y, por lo tanto, no pueden ofrecer nada, o parece que no pueden hacerlo” (Cortina, A., 2017:21).
“Ése sería el caso de la Aporofobia, de la aversión o rechazo al pobre, porque parece que la pobreza es desagradable, que el pobre plantea problemas y de algún modo contamina. Pero no sólo la pobreza económica, sino la de quien se encuentra desvalido y si apoyos en una mala situación, la de quien es objeto de críticas, amenazas, desaires o burlas porque carece de poder” (Cortina, A., 2017:55).
En el pasado, el pobre carecía de recursos, pero no era despreciado. Más aún, sectores de las iglesias hacían de los pobres su bandera de lucha cotidiana: eran los “buenos” pobres, aquellos que vivían de la esperanza de “salvarse”, de cumplir con los preceptos del evangelio. En la década de los setenta surgió la Teología de la Liberación y las iglesias del pueblo, encarnadas por los llamados sacerdotes obreros. Por su parte, la política de izquierda transformó a los pobres también en sus objetos/sujetos de la revolución o de las reformas. Muchos jóvenes e intelectuales, en esa época de cambios, se comprometieron sinceramente con la causa de los pobres. Entonces, ser pobre, era un drama, era vivir en la marginalidad, carecer de un trabajo decente y de una vivienda digna, pero no se era aborrecido ni rechazado por la sociedad. La esperanza de una vida mejor, transmitida por actores políticos y religiosos, les permitía sobrevivir, contando con algún tipo de apoyo solidario, público o privado. La solidaridad, valor socialmente compartido, servía como puente mágico del progreso aún no alcanzado.
Por su parte, el modelo neoliberal, al instalar y promover la sociedad del mercado y de los negocios, deconstruyó la cultura de los pobres, transformándolos en objetos/sujetos de intercambio.
“En el mundo del intercambio, los pobres provocan un sentimiento de rechazo porque sólo plantean problemas a quienes en realidad lo que desean es ayuda para prosperar, suscitan desprecio cuando se les contempla desde una posición de superioridad, miedo cuando generan inseguridad y, en el mejor de los casos, impaciencia por librarse de ellos, impaciencia del corazón. Con toda razón, el informe del Observatorio Hatento acompaña los datos de su estudio con ilustraciones de calles aparentemente vacías, señalando con un interrogante los lugares en que hay mendigos sin hogar. Ésos son, no los invisibles, sino los invisibilizados” (Cortina, A., 2017:125).
En efecto, en momentos de crisis, provocada por cambio de paradigma, se siguen utilizando conceptos rezagados de pueblo. Así por ejemplo la extrema derecha europea y norteamericana —también la latinoamericana-, apela nostálgicamente a la vieja identidad popular para reconquistar el poder perdido en el marco de los procesos de modernización acaecido en el siglo XX. Los mismos agentes que impulsaron la globalización, la externalización productiva, las privatizaciones y el individualismo neoliberal, ahora quieren echar marcha atrás, tratando de movilizar a los “perdedores” de la globalización y la desindustrialización, a los nuevos pobres del trabajo precario y la clase media empobrecida. Repentinamente el “pueblo” vuelve a ser útil a sus intereses de clase y élite dominante, esta vez en apuros históricos de hegemonía global y local. Sin embargo, la historia nos enseña que resulta muy difícil, sino imposible, volver atrás, revivir lo deconstruido. Los llamados populismos de “izquierda” o progresistas, presentes históricamente en algunos países latinoamericanos, realizan también una utilización instrumental de la idea de pueblo, como un recurso de dominio y de poder de una élite autoritaria que no cree realmente en la democracia, en la justicia ni en la emancipación social. En realidad, en general los líderes o, mejor dicho, los caudillos populistas son paternalistas y, en el fondo desprecian profundamente al pueblo que pretenden representar y beneficiar. Piensan que el pueblo es incapaz de pensar por sí mismo, ¡de imaginarse y sentir la felicidad!
En verdad, nos encontramos en los umbrales de una nueva Época, que, sin duda re-prefigurará al individuo y a la sociedad. Desconocemos con exactitud su dirección y sentido final. Transformará también la interrelación con la naturaleza, sus ecosistemas y regulaciones. No sabemos exactamente cómo será la sociedad del futuro. Pero, existen señales, en el sentido de que será socio-eco-política- digital-tecnológica-individual. Ya no más un pueblo dividido meramente en clases sociales — en
posición de enfrentamiento, como lo pensó magistralmente Marx para la época industrial. Las clases sociales no desaparecen, seguirán existiendo, pero ahora agregan a su histórica de subordinación y conflicto capitalista y sus luchas, la carga ecológica-ambiental y la deshumanización individualista y digital en tiempos de cambio climático global antropoceno. Un gran desafío. Si el ser humano logra dominar la inteligencia artificial, empleándola en beneficio de su bienestar superior, la magnífica y acelerada revolución tecnológica en desarrollo, impactará muy positivamente la calidad de vida y la sustentabilidad del planeta y sus ecosistemas. Ello sólo será posible si nuestra inteligencia, capacidades, conocimientos, tecnologías, esfuerzos y emociones se orientan es ese sentido ecohumano.
En síntesis, hoy, en tiempos de transformación acelerada, el pueblo sigue existiendo y seguirá visibilizándose, incluso con mayor frecuencia e intensidad en diferentes sociedades, como lo expresa el movimiento estructuralmente heterogéneo de los “chalecos amarillos” en la Francia moderna y desarrollada, que claman callejeramente contra la desigualdad social, un mal fundamental, histórico-estructural, aún no resuelto por la época moderna ni por la llamada “civilización” occidental. “Francia no llega al fin de mes”, era una de las consignas centrales del heterogéneo movimiento social. Es decir, Francia se ha empobrecido, afectada por nuevas desigualdades sociales como consecuencia de la modernización globalizadora neoliberal antisocial. Interesante es que este movimiento, relativamente espontaneo ha sido “infiltrado” por grupos políticos de extrema derecha (que apelan la identidad y situación social del pueblo “sacrificado”, empobrecido, por la burocracia europea) y de izquierda más radical, que busca anclarse y legitimarse en un sector pobre, que se siente abandonado por la izquierda tradicional y el centro político neoliberal. El pueblo, antes visto y concebido en forma más integrada, ahora se encuentra fuertemente fracturado en diversos grupos, algunos francamente marginados del otrora progreso. Estos grupos sociales, en cierto modo, “perdedores” de la globalización, buscan nuevos refugios y representaciones políticas, los que pueden derivar en gobiernos de extrema derecha como el de Donald Trump en Estados Unidos o Bolsonaro en Brasil.
La desigualdad genera necesariamente protestas y movimientos sociales de renovación de los sistemas socioecológicos, como ha ocurrido a lo largo de la historia de la Humanidad. Estos movimientos ya se han producido en todo el mundo: movimientos antiglobalización, movimientos de los Indignados, la Primavera árabe, movimientos estudiantiles (Pingüinos por la educación pública el 2006, estudiantil por la gratuidad el 2011 en Chile, en México y en otros países latinoamericanos); recientemente los movimientos feministas en diversos países latinoamericanos y del mundo desarrollado; los movimientos ambientales y contra el cambio climático en diversos países e instituciones públicas y privadas.
“No estoy segura de que el cambio de milenio sea una forma significativa de marcar el tiempo del feminismo, pero siempre es importante hacer balance sobre la situación actual del feminismo... Sin embargo, creo que es justo decir que por todas partes hay feministas que buscan una igualdad más sustancial para las mujeres y una organización más justa de las instituciones políticas y sociales” (Butler, J., 2018:247).
“El feminismo se ocupa de la transformación social de las relaciones de género. Probablemente todas estaremos de acuerdo sobre este punto, aunque el “género” no sea el término preferido de todas. Aun así, la relación entre el feminismo y la transformación social un terreno difícil. Podría pensarse que se trata de un asunto que debería ser obvio, sin embargo, hay algo que lo complica...Podemos imaginar la transformación social de una forma diferente. Podemos tener una idea de cómo sería o debería ser el mundo al ser transformado r el feminismo. Podemos tener visiones diferentes sobre lo que es la transformación social o lo que puede calificarse por un ejercicio transformador” (Butler, J., 2018:289).
Estos movimientos socioecológicos y ciudadanos se verán, sin duda, reforzados en el futuro cercano, especialmente influenciados por los efectos negativos y desastrosos del cambio climático que afecta la sustentabilidad del planeta de la vida humana. Estos movimientos, como por ejemplo el feminista, referido por Butler, se enfrenta y se enfrentará a dificultades de comprensión, conflictos y debates intensos en los procesos de transformación social. Lo mismo sucede con otros movimientos, como el ambiental o el del trabajo decente o la educación pública de calidad, pero lo que no puede desconocerse es que estos movimientos existen e influyen — y seguirán influyendo- en la agenda política de los países.
Las transformaciones globales, de las que tratamos de hacernos cargo, en parte, en el presente análisis, cambiarán -en verdad, ya están cambiando- la geografía social del pueblo. Ello ocurre, tanto en las sociedades desarrolladas, como en América Latina.
“La destrucción de la sociedad acarrea la del yo social definido por un conjunto de roles propios de diversas instituciones sociales, como la familia, la empresa o la vida política. Sin embargo, no solamente sustituyen a este yo social las aspiraciones individuales o los principios éticos. La obsesión por la identidad también desempeña un papel importante. A la sociedad destruida o debilitada la sustituye a menudo un retorno, a la vez defensivo y agresivo, a la comunidad. Se trata de una experiencia muy presente en el mundo actual, donde las naciones se sienten amenazadas y surgen casi por todas partes movimientos de opinión (e incluso políticos) xenófobos, racistas, que se esfuerzan por levantar barreras contra la entrada de extranjeros...”
“Suele ser más difícil describir el paraíso que el infierno, y el bien que el mal; sin embargo, consideramos que es esencial la tarea de comprender a cabalidad qué conjunto de derechos y de exigencias conforma aquello que, después del debilitamiento de las instituciones sociales, es lo único capaz de combatir y de hacer retroceder el carácter todopoderoso del dinero y del poder.
“Denominé “sujeto” a este ser de derechos, susceptible de ser invocado por todo individuo o grupo que tenga la intención de oponer principios universalistas a unos adversarios que, por más poderosos que sean, no pueden invocar más que razones particulares para legitimar su superioridad y su poder... El sujeto que habita en nosotros nos da la capacidad y el derecho de ser creadores; es decir, de consolidar y defender nuestra capacidad para crear y transformar la naturaleza y a nosotros mismos” (Touraine, A., 2016:15-16).
Georg Simmel, representa en la historia del pensamiento sociológico, un aporte fundamental al estudio de la individualidad, en tanto que expresión de las relaciones sociales y formas de construcción de las interacciones al interior de la sociedad moderna. A pesar de haber transcurridos ya cien años de sus escritos, sus profundos descubrimientos y reflexiones aún mantienen actualidad y valor. Veamos algunas de sus interesantes pensamientos:
“La individualidad particular de la persona y los influjos, intereses y relaciones sociales por medio de los cuales la persona se liga a su círculo, a lo largo de mutuo desarrollo, manifiestan una proporción que se ofrece como forma típica en los más diversos sectores, temporales y objetivos, de la realidad social. La individualidad del ser y del hacer crece, en general, en la medida en que se amplía el círculo social en torno del individuo” (Simmel, G., 2002:320).
Simmel, reconoció muy tempranamente en sus estudios y análisis, la forma como el individualismo influyó en la construcción del sistema político y social norteamericano, el que, por lo demás, aún
perdura en Estados Unidos y, que genera muchos problemas de violencia y convivencia a sus ciudadanos y gobernantes:
“El partido antifederalista, que se llamó primeramente republicano, después whig y luego demócrata, ha defendido la independencia y soberanía de los estados, a costa de la centralización y del gobierno nacional, pero apelando siempre al principio de la libertad individual, de la no intervención del todo en los asuntos del individuo. No hay aquí motivo para una contradicción con la libertad individual, referida a un círculo relativamente grande, porque el sentimiento de la individualidad ha penetrado, en este caso, en un círculo que encierra muchos individuos, y, por consiguiente, éste ejerce la misma función sociológica que el individuo mínimo” (Simmel, G., 2002:333).
Simmel, al escribir este juicio comprendía a cabalidad el carácter y enraizamiento del individualismo en el orden institucional y social de la sociedad norteamericana, pero con toda seguridad, no podía prever la forma como esta cultura de la individualidad, cuasi absoluta, desarrollada en un círculo más amplio, el de la nación, impactaría el desarrollo futuro de la sociedad.
“Los significados de Individualidad. La significación de la individualidad en general se dilata en dos direcciones: una de ellas es la arriba mencionada, la libertad, la responsabilidad que corresponde al hombre en grupos amplios y movidos, siendo el grupo menor el “estrecho”, en el doble sentido de la palabra, no sólo por su extensión, sino por lo que estrecha al individuo, por la intervención que ejerce en sus actos, por el poco radio de acción que le permite. La otra significación de la individualidad es la cualitativa, la que dice que el hombre individual se distingue de los demás; que en su forma como en su contenido, corresponde a él sólo su ser y su actividad; que el ser distinto y valor positivo para su vida” (Simmel, G., 2002:338).
Según Simmel, en el siglo XVIII la individualidad se entendía, en general, como la libertad, -libre de tutelas de clase, religiosas, políticas o económicas-, como individuos “iguales”, basado en el concepto de “hombre en general”. El otro sentido de la Individualidad, se habría desarrollado en el siglo XIX, en el contexto de la división del trabajo, que implica que el individuo ocupa un lugar en la sociedad que sólo él puede ocupar: La primera concepción pone el acento en lo común a todos los hombres; la segunda, pone el acento en lo diferente. La diferenciación es, precisamente lo que caracteriza el desarrollo más complejo y conflictivo de la sociedad moderna. Representa el establecimiento de un orden económico, social, jurídico y cultural basado en la competitividad individual, que pone a prueba de esfuerzos individuales, el desarrollo personal en las transacciones mercantiles. En este ámbito, el desarrollo de la cultura desempeña un papel central, como entorno externo de la subjetividad individual.
Adorno, desde la teoría crítica, sostiene que la vida humana es esencialmente convivencia; el ser humano es prójimo antes que individuo, se relaciona primero con los otros antes que consigo mismo; existe gracias al otro, es lo que es gracias a los otros; no existe primariamente definido por una indivisibilidad y particularidad, sino gracias a que él participa de otros y puede comunicarse con otros. El individuo es un momento de las relaciones, en las cuales él vive, antes incluso que él quizás una vez decida por sí mismo. La realización de un ser humano como persona implica que él, al interior de las relaciones sociales, en las que él vive, siempre se encuentra desempeñando un rol social. Mediante éstas relaciones es lo que es, en relaciones con otros: hijo de una madre, alumno de un maestro, miembro de una tribu, portador de una profesión. Esta relación no es algo externo, sino algo propio, interno a él mismo; al interior de las relaciones sociales la vida individual adquiere sentido. Más aún la biografía individual de cada persona es una categoría social (Adorno, T., 1991:42).
Por su parte, la revolución tecnológica -4.0 y 5G- producirán nuevas brechas de desigualdad -las tecnológicas-, por ejemplo, destrucción masiva de empleos de baja cualificación, desocupación, así como procesos complejos de aislamiento, soledad humana y enfermedades digitales, que requerirán de nuevas políticas públicas. Así, por ejemplo, surgirá una fuerte discusión sobre la necesidad de introducir una Renta Universal Básica (Bregman, R., 2017) para paliar los altos niveles de desocupación y carencia de empleos, remplazados por la robótica y la inteligencia artificial que afectará a la mayoría de las profesiones, oficios y, en general, empleos de diversa naturaleza.
Ahora bien, la revolución tecnológica y digital tendrá también efectos positivos en diversos ámbitos de la vida económica, familiar y social. Por ejemplo, el internet de las cosas facilitará las tareas del hogar; tecnologías ambientales contribuirán a la eficiencia del uso del recursos hídrico -escaso y en reducción producto del cambio climático- en la agricultura y, en general en la producción; las energías renovables (solar, eólica, marea-motriz, etc.) contribuían a disminuir las emisiones de gases invernaderos que provocan el cambio climático; la electro-movilidad; las ciudades inteligentes; en fin, la revolución tecnológica concebida y planificada en un sentido de bien común, puede y debería contribuir a mejorar la calidad de la producción, de vida y de regeneración de los ecosistemas.
En síntesis, la historia de la individualidad y del individualismo, así como sus interpretaciones sociológicas, son bastante diversas. En todo caso, no se puede prescindir de su consideración. Menos en el momento actual, donde incluso surge el hiperindividuo, “Individuo por exceso” (el que tiene todo en la sociedad del consumo) y al “individuo por descarte” (obligado a ser individuo). El individuo, la individualidad, constituye, sin duda, un fenómeno de la época moderna. Incluso de antes de la Modernidad, Aristóteles y, en general los pensadores griegos, discutan sobre el individuo y su papel en la sociedad. El individuo y su distancia del círculo que lo rodea. El individuo universal y soberano. El individuo social de la convivencia humana y ecológica.
¿Qué tiene que ver todo esto con Chile y América Latina? Mucho. Estamos insertos globalmente e interactuamos en el mismo mundo político, ecológico, tecnológico y epistemológico. El individuo y la individualidad, constituyen también temas-problemas y, motivos de conflictos del desarrollo de nuestras sociedades y personas.
Por otra parte, nuestro “pueblo” también ha cambiado. Nosotros también hemos cambiado, en verdad estamos cambiando. Y los cambios pueden ser para bien o para mal. Esperamos, obviamente, que los cambios sean para bien, que aporten cualitativamente a la realización y felicidad del pueblo cambiante. Y lo nuevo, lo que marca y marcará el sendero del siglo XXI, será la independencia soberana de las personas, el desarrollo de su subjetividad y capacidad de auto- reflexión y de incidir con información fundamentada y conciencia, en los procesos de estructuración de la vida social, política, cultural y ecológica.
El pueblo, en un mundo en transformación, sufre y sufrirá muchos cambios, desafiando
como ya ocurre- a la política, a los partidos políticos tradicionales y sus líderes. También, exigirá a las nuevas expresiones políticas que surjan y surgirán en el futuro. El pueblo, esta vez más fracturado y fragmentado, también más diverso en su conformación étnica y sociocultural, requiere, por lo mismo de una nueva y mejor comprensión. Su diferenciada y compleja diversidad, obliga a reflexionar sobre nuevos necesidades, intereses y cualidades para lograr una lectura con un mayor nivel de asertividad y proyección futura.
Dussel, convocando a Gramsci sobre el acertado concepto de bloque histórico y hegemonía, en sus veinte Proposiciones sobre política y emancipación, señaló:
“El poder dominante se funda en una comunidad política que, cuando era hegemónica, se unificaba por el consenso. Cuando los oprimidos y excluidos toman conciencia de su situación, se tornan disidentes. La disidencia hace perder el consenso del poder hegemónico, el cual, sin obediencia, se transforma en poder fetichizado, dominador, represor. Los movimientos, sectores, comunidades que forman el pueblo crecen en conciencia de la dominación del sistema” (Dussel, E., 2013:120).
En definitiva, el pueblo no desaparecerá, sino que seguirá existiendo en un estadio cualitativamente superior de subjetividad, ciudadanía ejemplar y desarrollo humano. La nueva Época bien podría significar que, por primera vez en la Historia, el pueblo, sus diversos componentes humanos, traspasen la barrera de la dominación y avancen en forma más independiente y soberana hacia la descolonización y emancipación, prometida por la Modernidad. Entonces, el pueblo -sus componentes humanos etnodiversos-, podrán autointerpretarse y actuar como sujetos constructores de su propio destino. Será un camino escabroso, complejo, con pendientes y desniveles sociales pronunciados, de avances y retrocesos, de conflictos y acuerdos constructivos. Pasaremos, gradualmente, de un mundo lineal a un mundo sustentablemente circular. A tratar de ser humanamente en el entorno ecosocial que nos sustenta, da vida y sentido.
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