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cuenta para ese tipo de historia no es la explicación racional sino la "significación"; no lo que
ocurrió, sino cómo experimentan lo ocurrido los miembros de una colectividad que se define
por oposición a las demás, en términos de religión, de etnia, de nación, de sexo, de modo de
vida, o de otras características.
El relativismo ejerce atracción sobre la historia de los grupos identitarios. Por
diferentes razones, la invención masiva de contraverdades históricas y de mitos, otras tantas
tergiversaciones dictadas por la emoción, alcanzó una verdadera época de oro en los últimos
treinta años. Algunos de esos mitos representan un peligro público -en países como India
durante el gobierno hinduista (8), en Estados Unidos y en la Italia de Silvio Berlusconi, por
no mencionar muchos otros nuevos nacionalismos, se acompañen o no de un acceso de
integrismo religioso-. De todos modos, si por un lado ese fenómeno dio lugar a mucho
palabrerío y tonterías en los márgenes más lejanos de la historia de grupos particulares -
nacionalistas, feministas, gays, negros y otros- por otro generó desarrollos históricos inéditos
y sumamente interesantes en el campo de los estudios culturales, como el "boom de la
memoria en los estudios históricos contemporáneos", como lo llama Jay Winter (9). Los
Lugares de memoria (10) obra coordinada por Pierre Nora, es un buen ejemplo.
Reconstruir el frente de la razón
Ante todos esos desvíos, es tiempo de restablecer la coalición de quienes desean ver
en la historia una investigación racional sobre el curso de las transformaciones humanas,
contra aquellos que la deforman sistemáticamente con fines políticos, y a la vez, de manera
más general, contra los relativistas y los posmodernistas que se niegan a admitir que la
historia ofrezca esa posibilidad. Dado que entre esos relativistas y posmodernos hay quienes
se consideran de izquierda, podrían producirse inesperadas divergencias políticas capaces de
dividir a los historiadores. Por lo tanto, el punto de vista marxista resulta un elemento
necesario para la reconstrucción del frente de la razón, como lo fue en las décadas de 1950 y
1960. De hecho, la contribución marxista probablemente sea aún más pertinente ahora, dado
que los otros componentes de la coalición de entonces renunciaron, como la escuela de los
Anales de Fernand Braudel, y la "antropología social estructural-funcional", cuya influencia
entre los historiadores fuera tan importante. Esta disciplina se vio particularmente perturbada
por la avalancha hacia la subjetividad posmoderna.