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El desafío de la razón. Manifiesto para la Renovación de la Historia
The Challenge of Reason. Manifest for the Renewal of History
Eric Hobsbawm
"Hasta ahora, los filósofos no han hecho más que interpretar el mundo; se trata de
cambiarlo". Los dos enunciados de la célebre "Tesis Feuerbach" de Karl Marx inspiraron a
los historiadores marxistas. La mayoría de los intelectuales que adhirieron al marxismo a
partir de la década de 1880 -entre ellos los historiadores marxistas- lo hicieron porque querían
cambiar el mundo, junto con los movimientos obreros y socialistas; movimientos que se
convertirían, en gran parte bajo la influencia del marxismo, en fuerzas políticas de masas.
Esa cooperación orientó naturalmente a los historiadores que querían cambiar el mundo hacia
ciertos campos de estudio -fundamentalmente, la historia del pueblo o de la población obrera-
los que, si bien atraían naturalmente a las personas de izquierda, no tenían originalmente
ninguna relación particular con una interpretación marxista. A la inversa, cuando a partir de
la década de 1890 esos intelectuales dejaron de ser revolucionarios sociales, a menudo
también dejaron de ser marxistas.
La revolución soviética de octubre de 1917 reavivó ese compromiso. Recordemos
que los principales partidos socialdemócratas de Europa continental abandonaron por
completo el marxismo sólo en la década de 1950, y a veces más tarde. Aquella revolución
engendró además lo que podríamos llamar una historiografía marxista obligatoria en la URSS
y en los Estados que adoptaron luego regímenes comunistas. La motivación militante se vio
reforzada durante el período del antifascismo.
A partir de la década de 1950 se debilitó en los países desarrollados -pero no en el
Tercer Mundo- aunque el considerable desarrollo de la enseñanza universitaria y la agitación
estudiantil generaron en la década de 1960 dentro de la universidad un nuevo e importante
contingente de personas decididas a cambiar el mundo. Sin embargo, a pesar de desear un
ISSN L 2710-7620
Volumen 1, Número 1 / mayo - agosto 2021
Págs.: 143 - 151
Recibido 12/08/2020 / Aceptado: 30/01/2021
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cambio radical, muchas de ellas ya no eran abiertamente marxistas, y algunas ya no lo eran
en absoluto.
Ese rebrote culminó en la década de 1970, poco antes de que se iniciara una reacción
masiva contra el marxismo, una vez más por razones esencialmente políticas. Esa reacción
tuvo como principal efecto -salvo para los liberales que aún creen en ello- la aniquilación de
la idea según la cual es posible predecir, apoyándose en el análisis histórico, el éxito de una
forma particular de organizar la sociedad humana. La historia se había disociado de la
teleología (1).
Teniendo en cuenta las inciertas perspectivas que se presentan a los movimientos
socialdemócratas y socialrevolucionarios, no es probable que asistamos a una nueva ola de
adhesión al marxismo políticamente motivada. Pero evitemos caer en un occidentalo-
centrismo excesivo. A juzgar por la demanda de que son objeto mis propios libros de historia,
compruebo que se desarrolla en Corea del Sur y en Taiwán desde la cada de 1980, en
Turquía desde la década de 1990, y hay señales de que avanza actualmente en el mundo de
habla árabe.
El vuelco social
¿Qué ocurrió con la dimensión "interpretación del mundo" del marxismo? La historia
es un poco diferente, aunque paralela. Concierne al crecimiento de lo que se puede llamar la
reacción anti-Ranke (2), de la cual el marxismo constituyó un elemento importante, aunque
no siempre se lo reconoció acabadamente. Se trató de un movimiento doble.
Por una parte, ese movimiento cuestionaba la idea positivista según la cual la
estructura objetiva de la realidad era por así decirlo evidente: bastaba con aplicar la
metodología de la ciencia, explicar por qué las cosas habían ocurrido de tal o cual manera, y
descubrir "wie es eigentlich gewesen" [cómo sucedió en realidad]. Para todos los
historiadores, la historiografía se mantuvo y se mantiene enraizada en una realidad objetiva,
es decir, la realidad de lo que ocurrió en el pasado; sin embargo, no parte de hechos sino de
problemas, y exige que se investigue para comprender cómo y por qué esos problemas -
paradigmas y conceptos- son formulados de la manera en que lo son en tradiciones históricas
y en medios socio-culturales diferentes. Por otra, ese movimiento intentaba acercar las
ciencias sociales a la historia, y en consecuencia, englobarla en una disciplina general, capaz
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de explicar las transformaciones de la sociedad humana. Según la expresión de Lawrence
Stone (3) el objeto de la historia debería ser "plantear las grandes preguntas del 'por qué'".
Ese "vuelco social" no vino de la historiograa sino de las ciencias sociales -algunas de ellas
incipientes en tanto tales- que por entonces se afirmaban como disciplinas evolucionistas, es
decir históricas.
En la medida en que puede considerarse a Marx como el padre de la sociología del
conocimiento, el marxismo, a pesar de haber sido denunciado erróneamente en nombre de
un presunto objetivismo ciego, contribuyó al primer aspecto de ese movimiento. Además, el
impacto más conocido de las ideas marxistas -la importancia otorgada a los factores
económicos y sociales- no era específicamente marxista, aunque el análisis marxista pesó en
esa orientación. Esta se inscribía en un movimiento historiográfico general, visible a partir
de la década de 1890, y que culminó en las décadas de 1950 y 1960, en beneficio de la
generación de historiadores a la que pertenezco, que tuvo la posibilidad de transformar la
disciplina.
Esa corriente socio-económica superaba al marxismo. La creación de revistas y de
instituciones de historia económico-social fue a veces obra -como en Alemania- de
socialdemócratas marxistas, como ocurrió con la revista Vierteljahrschrift en 1893. No
ocurrió así en Gran Bretaña, ni en Francia, ni en Estados Unidos. E incluso en Alemania, la
escuela de economía marcadamente histórica no tenía nada de marxismo. Solamente en el
Tercer Mundo del siglo XIX (Rusia y los Balcanes) y en el del siglo XX, la historia
económica adoptó una orientación sobre todo socialrevolucionaria, como toda "ciencia
social". En consecuencia, se vio muy atraída por Marx. En todos los casos, el interés histórico
de los historiadores marxistas no se centró tanto en la "base" (la infraestructura económica)
como en las relaciones entre la base y la superestructura. Los historiadores explícitamente
marxistas siempre fueron relativamente poco numerosos.
Marx ejerció influencia en la historia principalmente a través de los historiadores y
los investigadores en ciencias sociales que retomaron los interrogantes que él se planteaba,
hayan aportado o no otras respuestas. A su vez, la historiografía marxista avanzó mucho en
relación a lo que era en la época de Karl Kautsky y de Georgi Plekhanov (4), en buena medida
gracias a su fertilización por otras disciplinas (fundamentalmente la antropología social) y
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por pensadores influidos por Marx y que completaban su pensamiento, como Max Weber
(5).
Si subrayo el carácter general de esa corriente historiográfica, no es por voluntad de
subestimar las divergencias que contiene, o que existían en el seno de sus componentes. Los
modernizadores de la historia se plantearon las mismas cuestiones y se consideraron
comprometidos en los mismos combates intelectuales, ya sea que se inspiraran en la
geografía humana, en la sociología durkheimiana (6) y en las estadísticas, como en Francia
(a la vez, la escuela de los Anales y Labrousse), o en la sociología weberiana, como la
Historische Sozialwissenschaft en Alemania federal, o aun en el marxismo de los
historiadores del Partido Comunista, que fueron los vectores de la modernización de la
historia en Gran Bretaña, o que al menos fundaron su principal revista.
Unos y otros se consideraban aliados contra el conservadurismo en historia, aun
cuando sus posiciones políticas o ideológicas eran antagónicas, como Michael Postan (7) y
sus alumnos marxistas británicos. Esa coalición progresista halló una expresión ejemplar en
la revista Past & Present, fundada en 1952, muy respetada en el ambiente de los historiadores.
El éxito de esa publicación se debió a que los jóvenes marxistas que la fundaron se opusieron
deliberadamente a la exclusividad ideológica, y que los jóvenes modernizadores provenientes
de otros horizontes ideológicos estaban dispuestos a unirse a ellos, pues sabían que las
diferencias ideológicas y políticas no eran un obstáculo para trabajar juntos. Ese frente
progresista avanzó de manera espectacular entre el fin de la Segunda Guerra Mundial y la
década de 1970, en lo que Lawrence Stone llama "el amplio conjunto de transformaciones
en la naturaleza del discurso histórico". Eso hasta la crisis de 1985, cuando se produjo la
transición de los estudios cuantitativos a los estudios cualitativos, de la macro a la
microhistoria, de los análisis estructurales a los relatos, de lo social a los temas culturales.
Desde entonces, la coalición modernizadora está a la defensiva, al igual que sus componentes
no marxistas, como la historia económica y social.
En la década de 1970, la corriente dominante en historia había sufrido una
transformación tan grande, en particular bajo la influencia de las "grandes cuestiones"
planteadas a la manera de Marx, que escribí estas líneas:
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A menudo es imposible decir si un libro fue escrito por un marxista o por un no
marxista, a menos que el autor anuncie su posición ideológica. Espero con impaciencia el día
en que nadie se pregunte si los autores son marxistas o no.
Pero como también lo señalaba, estábamos lejos de semejante utopía. Desde entonces,
al contrario, fue necesario subrayar con mayor energía lo que el marxismo puede aportar a la
historiografía. Cosa que no ocurría desde hace mucho tiempo. A la vez, porque es preciso
defender a la historia contra quienes niegan su capacidad para ayudarnos a comprender el
mundo, y porque nuevos desarrollos científicos transformaron completamente el calendario
historiográfico.
En el plano metodológico, el fenómeno negativo más importante fue la edificación de
una serie de barreras entre lo que ocurrió o lo que ocurre en historia, y nuestra capacidad para
observar esos hechos y entenderlos. Esos bloqueos obedecen a la negativa a admitir que
existe una realidad objetiva, y no construida por el observador con fines diversos y
cambiantes, o al hecho de sostener que somos incapaces de superar los límites del lenguaje,
es decir, de los conceptos, que son el único medio que tenemos para poder hablar del mundo,
incluyendo el pasado.
Esa visión elimina la cuestión de saber si existen en el pasado esquemas y
regularidades a partir de los cuales el historiador puede formular propuestas significativas.
Sin embargo, hay también razones menos teóricas que llevan a esa negativa: se argumenta
que el curso del pasado es demasiado contingente, es decir, que hay que excluir las
generalizaciones, pues prácticamente todo podría ocurrir o hubiera podido ocurrir. De manera
implícita, esos argumentos apuntan a todas las ciencias. Pasemos por alto intentos más fútiles
de volver a viejas concepciones: atribuir el curso de la historia a altos responsables políticos
o militares, o a la omnipotencia de las ideas o de los "valores"; reducir la erudición histórica
a la búsqueda -importante pero insuficiente en sí- de una empatía con el pasado.
El gran peligro político inmediato que amenaza a la historiografía actual es el "anti-
universalismo": "mi verdad es tan válida como la tuya, independientemente de los hechos".
Ese anti-universalismo seduce naturalmente a la historia de los grupos identitarios en sus
diferentes formas, para la cual, el objeto esencial de la historia no es lo que ocurrió, sino en
qué afecta eso que ocurrió a los miembros de un grupo particular. De manera general, lo que
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cuenta para ese tipo de historia no es la explicación racional sino la "significación"; no lo que
ocurrió, sino cómo experimentan lo ocurrido los miembros de una colectividad que se define
por oposición a las demás, en términos de religión, de etnia, de nación, de sexo, de modo de
vida, o de otras características.
El relativismo ejerce atracción sobre la historia de los grupos identitarios. Por
diferentes razones, la invención masiva de contraverdades históricas y de mitos, otras tantas
tergiversaciones dictadas por la emoción, alcanzó una verdadera época de oro en los últimos
treinta años. Algunos de esos mitos representan un peligro público -en países como India
durante el gobierno hinduista (8), en Estados Unidos y en la Italia de Silvio Berlusconi, por
no mencionar muchos otros nuevos nacionalismos, se acompañen o no de un acceso de
integrismo religioso-. De todos modos, si por un lado ese fenómeno dio lugar a mucho
palabrerío y tonterías en los márgenes más lejanos de la historia de grupos particulares -
nacionalistas, feministas, gays, negros y otros- por otro generó desarrollos históricos inéditos
y sumamente interesantes en el campo de los estudios culturales, como el "boom de la
memoria en los estudios históricos contemporáneos", como lo llama Jay Winter (9). Los
Lugares de memoria (10) obra coordinada por Pierre Nora, es un buen ejemplo.
Reconstruir el frente de la razón
Ante todos esos desvíos, es tiempo de restablecer la coalición de quienes desean ver
en la historia una investigación racional sobre el curso de las transformaciones humanas,
contra aquellos que la deforman sistemáticamente con fines políticos, y a la vez, de manera
más general, contra los relativistas y los posmodernistas que se niegan a admitir que la
historia ofrezca esa posibilidad. Dado que entre esos relativistas y posmodernos hay quienes
se consideran de izquierda, podrían producirse inesperadas divergencias políticas capaces de
dividir a los historiadores. Por lo tanto, el punto de vista marxista resulta un elemento
necesario para la reconstrucción del frente de la razón, como lo fue en las décadas de 1950 y
1960. De hecho, la contribución marxista probablemente sea aún más pertinente ahora, dado
que los otros componentes de la coalición de entonces renunciaron, como la escuela de los
Anales de Fernand Braudel, y la "antropología social estructural-funcional", cuya influencia
entre los historiadores fuera tan importante. Esta disciplina se vio particularmente perturbada
por la avalancha hacia la subjetividad posmoderna.
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Entre tanto, mientras que los posmodernistas negaban la posibilidad de una
comprensión histórica, los avances en las ciencias naturales devolvían a la historia
evolucionista de la humanidad toda su actualidad, sin que los historiadores se dieran
cabalmente cuenta. Y esto de dos maneras.
En primer lugar, el análisis del ADN estableció una cronología más sólida del
desarrollo desde la aparición del homo sapiens en tanto especie. En particular, la cronología
de la expansión de esa especie originaria de África hacia el resto del mundo, y de los
desarrollos posteriores, antes de la aparición de fuentes escritas. Al mismo tiempo, eso puso
de manifiesto la sorprendente brevedad de la historia humana -según criterios geológicos y
paleontológicos- y eliminó la solución reduccionista de la sociobiología darwiniana (11).
Las transformaciones de la vida humana, colectiva e individual, durante los últimos
diez mil años, y particularmente durante las diez últimas generaciones, son demasiado
considerables para ser explicadas por un mecanismo de evolución enteramente darwiniano,
por los genes. Esas transformaciones corresponden a una aceleración en la transmisión de las
características adquiridas, por mecanismos culturales y no genéticos; podría decirse que se
trata de la revancha de Lamarck (12) contra Darwin, a través de la historia humana. Y no
sirve de mucho disfrazar el fenómeno bajo metáforas biológicas, hablando de "memes" (13)
en lugar de "genes". El patrimonio cultural y el biológico no funcionan de la misma manera.
En síntesis, la revolución del ADN requiere un método particular, histórico, de estudio de la
evolución de la especie humana. Además -dicho sea de paso- brinda un marco racional para
la elaboración de una historia del mundo. Una historia que considere al planeta en toda su
complejidad como unidad de los estudios históricos, y no un entorno particular o una región
determinada. En otras palabras: la historia es la continuación de la evolución biológica del
homo sapiens por otros medios.
En segundo lugar, la nueva biología evolucionista elimina la estricta diferenciación
entre historia y ciencias naturales, ya eliminada en gran medida por la "historización"
sistemática de estas ciencias en las últimas décadas. Luigi Luca Cavalli-Sforza, uno de los
pioneros pluridisciplinarios de la revolución ADN, habla del "placer intelectual de hallar
tantas similitudes entre campos de estudio tan diferentes, algunos de los cuales pertenecen
tradicionalmente a los polos opuestos de la cultura: la ciencia y las humanidades". En síntesis,
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esa nueva biología nos libera del falso debate sobre el problema de saber si la historia es una
ciencia o no.
En tercer lugar, nos remite inevitablemente a la visión de base de la evolución humana
adoptada por los arqueólogos y los prehistoriadores, que consiste en estudiar los modos de
interacción entre nuestra especie y su medio ambiente, y el creciente control que ella ejerce
sobre el mismo. Lo cual equivale esencialmente a plantear las preguntas que ya planteaba
Karl Marx. Los "modos de producción" (sea cual fuere el nombre que se les dé) basados en
grandes innovaciones de la tecnología productiva, de las comunicaciones y de la organización
social -y también del poder militar- son el núcleo de la evolución humana. Esas innovaciones,
y Marx era consciente de eso, no ocurrieron y no ocurren por mismas. Las fuerzas
materiales y culturales y las relaciones de producción son inseparables; son las actividades
de hombres y mujeres que construyen su propia historia, pero no en el "vacío", no afuera de
la vida material, ni afuera de su pasado histórico.
Del neolítico a la era nuclear
En consecuencia, las nuevas perspectivas para la historia también deben llevarnos a
esa meta esencial de quienes estudian el pasado, aunque nunca sea cabalmente realizable: "la
historia total". No "la historia de todo", sino la historia como una tela indivisible donde se
interconectan todas las actividades humanas. Los marxistas no son los únicos en haberse
propuesto ese objetivo -Fernand Braudel también lo hizo- pero fueron quienes lo persiguieron
con más tenacidad, como decía uno de ellos, Pierre Vilar (14).
Entre las cuestiones importantes que suscitan estas nuevas perspectivas, la que nos
lleva a la evolución histórica del hombre resulta esencial. Se trata del conflicto entre las
fuerzas responsables de la transformación del homo sapiens, desde la humanidad del neolítico
hasta la humanidad nuclear, por una parte, y por otra, las fuerzas que mantienen inmutables
la reproducción y la estabilidad de las colectividades humanas o de los medios sociales, y
que durante la mayor parte de la historia las han contrarrestado eficazmente. Esa cuestión
teórica es central. El equilibrio de fuerzas se inclina de manera decisiva en una dirección. Y
ese desequilibrio, que quizás supera la capacidad de comprensión de los seres humanos,
supera por cierto la capacidad de control de las instituciones sociales y políticas humanas.
Los historiadores marxistas, que no entendieron las consecuencias involuntarias y no
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deseadas de los proyectos colectivos humanos del siglo XX, quizás puedan esta vez,
enriquecidos por su experiencia práctica, ayudar a comprender cómo hemos llegado a la
situación actual.
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