Vivimos una especie de transición, provocada por la crisis de la modernidad. Las esperanzas sobre la que se sustenta el futuro, se han visto mermadas por un sistema que produce desigualdad, un Estado con matices de corrupción y un sistema educativo que forma consumidores. En ese escenario, los imaginarios sociales, el lenguaje y las estructuras sociales e institucionales se alimentan de esperanzas religiosas y nacionalista a las frustraciones de la vida.